Así va el cuento con el título provisional “La casa vieja”

Cuento en construcción

El final del cuento con el título provisional “La casa vieja” se aproxima. Sigan participando para darle un final a esta historia. Después de la imagen pueden leer cómo va el cuento gracias a los aportes de Elvira Zamora, Lucho Fernández, Juan Esteban, Jairo Echeverri García y la edición de algunos miembros del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final, pasaremos a la fase de construcción del título.

Cadáver exquisito. Salvador Dalí, 1934

Eran la 1:30 de la madrugada y Ezequiel  continuaba sentado, trabajando en su computador, terminando tareas pendientes. Las últimas dos semanas habían sido una locura, en su agencia lo estaban llenando cada vez más de trabajo y un proyecto personal que quería sacar adelante lo más pronto posible, con la esperanza de emanciparse de una vez por todas de su tedioso trabajo de oficina, lo obligaban a quedarse trabajando hasta altas horas de la noche. De repente Ezequiel se quedó mirando la pantalla de su computador, analizando la tabla de ingresos y egresos de su compañía, pero no sabía cuál era el paso a dar después. Sus ojos ya estaban rojos y cansados de estar prácticamente todo el día sentado mirando la pantalla de su ordenador, y estaba experimentando un bloqueo mental. “Necesito un clon” pensó “creo que ni así me alcanzaría el tiempo”.  Se levantó de su silla y caminó hasta el balcón.

Esta era una casa vieja, había sido construida por lo menos hace 50 años, pero el buen gusto de Ezequiel al escoger sus muebles y decoraciones, más algunos arreglos que le había hecho, le daban un aire bohemio a su morada. Esa noche el viento tenía más fuerza de lo normal, originando todo tipo de sonidos tanto de los árboles como de la residencia misma, entre otras cosas. Ezequiel nunca había sido supersticioso, no se puede serlo viviendo solo en una casa vieja a dos kilómetros del vecino más cercano, pero esa madrugada mientras caminaba al balcón, sentía como si alguien lo estuviera vigilando

Al salir al balcón, tomó la baranda de las dos manos, la apretó fuerte y cerró los ojos por un momento. Se tapó su cara con ambas manos por unos segundos, estirando todo su cuerpo con la intención de liberar un poco el estrés acumulado de hace ya mucho tiempo. Prendió un cigarrillo, aspiro fuertemente y sintió como el humo pasaba por su garganta. Sintió que se calmaba un poco, pero la fuerte sensación de desespero seguía. Empezó a cuestionar si estaba tomando las decisiones correctas en el trabajo que realizaba. Pensaba en ese momento cuando optó por esa carrera, en todos los consejos que había escuchado, en cada detalle de su vida que lo habían llevado a ese preciso momento. De repente sintió una corriente fría por la espalda. Percibió un movimiento dentro de su vivienda y sabía que todo estaba cerrado… había la posibilidad de que no estuviera solo.

“¿Hola?¿Quién está ahí?¿Hola” entró diciendo Ezequiel a su casa. No hubo respuesta alguna. Mientras revisaba cada rincón de su morada con la mirada se dirigía hacia el escondite para su arma. La agarró y nuevamente revisó cada rincón de su hogar pero no encontró nada, el único lugar que le faltaba por revisar era su closet y de alguna forma sentía que algo estaba adentro. Se acercó con parsimonia al closet y apenas abrió la puerta un gato le brincó encima, haciendo que un disparo saliera del revolver de forma accidental. El gato, que tenía una especie de enfermedad en la piel, se montó en una ventana y saltó fuera de vista. “Pude haber muerto”, pensó Ezequiel.

Se quedó quieto, mudo del espanto. Un gato con la piel dañada: “Menudo fiasco” se dijo. Caminó a tientas por el salón en penumbras. Se preparó una “agüita de Melissa”, se apoltronó en su sillón caoba, agarró ese libro releído desde que era un adolescente y se dispuso a disfrutar la lectura de frente al parque con su arboleda, desde el ventanal que lo mantenía cálido y tranquilo en esa vetusta casa.

De repente Ezequiel empezó a sentir una rasquiña en los brazos, después en la espalda, después en la cara… se estaba esparciendo por todo su cuerpo. Corrió hasta el baño para mirarse en el espejo y tenía ronchas por toda la piel, una especie de reacción alérgica. Cuando salió del baño, notó que las paredes de su domicilio derramaban sangre. “¿Qué me sucede?” pensó. Enseguida agarró su teléfono y llamó a su amigo Vicente Forzoli que era médico. Timbró varias veces y nadie contestó. Ezequiel, desesperado y muerto del susto lo intentó una vez más.

“¿Quién es?” contestó Vicente con voz de dormido. “Vicente, hermano, es Ezequiel, tengo algo en la piel y además estoy viendo cosas, lo que sea que tengo me está afectando los sentidos y…” en ese momento Ezequiel soltó un grito. “Y… y… ¿Te había dicho alguna vez lo buena que está tu esposa y lo mucho que detesto tu actitud arrogante y visión cuadriculada maldito charlatán?”. Ezequiel comenzó a reírse de forma desenfrenada. “Ya salgo para allá” contestó Vicente. Ezequiel continuaba tirado en el piso muerto de la risa.

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