Ya no queda nada de aquella vida

Te invitamos a continuar esta narración que apenas comienza. El título que hay en el momento es provisional y se lo inventaremos una vez sepamos el final de la historia. ¡Participa e invita a tu red! Puedes hacer tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com

envejeciendo

No sé cómo llegué aquí, llevo ya un rato perdido, o eso creo. Lo último que recuerdo, en las tinieblas de mi mente, es estar preparándome para un día de campo con mi tía y mis primos. Estoy seguro de que ahora que mi piel luce opaca y arrugada, que mi visión es borrosa, que mis rodillas duelen y el aire entra con dificultad a mis cansados pulmones, ya no queda nada de aquella vida.

De alguna forma sé que estoy perdido, pero también que no quiero regresar. Qué puede hacerse con un anciano sin memoria, despertando en medio de pesadillas cada día, sin reconocer a su familia o amigos, sin reconocerse a sí mismo. He tenido uno de esos pocos momentos de lucidez que me quedan ahora y no lo desaprovecharé.

Temblar ante la fría brisa de nuevo, caminar entre la gente, oler el coraje, el humo y la comida. Hace tanto no me sentía como un ser humano… había olvidado cómo se sentía. Poder mirar a los ojos a los demás. Apretarme la chaqueta y arremeter contra el viento. Comprarme un café y poder disfrutarlo en medio de las conversaciones ajenas.

Sentí curiosidad por probar un restaurante de comida árabe. Tantas cosas que no hacemos mientras podemos, pero decidí no hacerlo. No tenía mucho tiempo antes de perderme de nuevo. No obstante, dediqué suficiente tiempo a ver a una linda niña con el cabello rizado, una nariz pequeña y unos ojos grandes, que reía tan contagiosamente que me hizo conmover hasta los huesos.

Compré un globo y se lo regalé, le sonreí y su madre con algo de incertidumbre lo recibió por ella mientras la niña alargaba sus cortos brazos, tan hipnotizada con el color amarillo de aquel reluciente globo como yo lo estaba con ella.

Finalmente, por algo de suerte e instintos, llegué al puente…

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