Ya la historia de Anselmo, el seductor playero, tiene un poco más de picante

Cuento en construcción

Sigue o termina este historia creada hasta el momento entre Gladys Trujillo, Maite Guzman, Virgilio Platt y editado por el Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos.

Anselmo siempre quiso aprender a volar, hasta que vio a un hombre tirarse desde lo alto de “La Quebrada” en Acapulco. Ahí decidió que quería aprender a caer. Comprendió que volar era exclusivo de las aves. Pero caer con ese estilo, desde tan alto… perderse en el mar por unos segundos y luego salir ileso, era una actividad que entraba en el rango de cosas que podía educar. Le gustaban las cosas que representaban riesgo.

De niño, solía nadar como un pez. Para él, nadar era casi tan natural como caminar. En el mar azul, se entretenía buceando entre los corales. Se fascinaba con tanto color, tanta vida y tanta belleza. Se confundía entre los peces, observaba como la marea regía la vida de ese mundo subacuático tan imponente, irreverente y desafiante. Solía entretener a los turistas dando lecciones de buceo y con una corta edad, ya hablaba perfectamente inglés, francés, italiano y alemán.

Hacía alardes de su capacidad para aguantar la respiración bajo el agua, encantaba a las turistas con su piel morena, su mirada serena de hombre de mar, su cabello crespo quemado por el sol, su cuerpo perfecto, labrado a fuerza de trabajo duro. Más de una vez debió escapar corriendo desnudo, de las fauces de los enfurecidos maridos que iban orgullosos a pasar su luna de miel en Acapulco y que al descubrir su lamentable suerte, estaban decididos a acabar con la vida de aquel lugareño seductor.

Pero a pesar de su increíble suerte, Anselmo se sentía vacío. En vano trataba de llenarse con todo lo que encontrara a su paso, pero nada lo sacaba de su terrible soledad, de su falta, que al cabo de un tiempo terminó convirtiéndose en dolor. Era sólo cuando estaba al borde de la muerte, cuando de verdad se sentía libre… cuando no pensaba en nada más.

En unas horas, sería su primer salto desde “La Quebrada” y este no era cualquier salto. Las rocas en el fondo obligaban a que aquel, lo suficiente valiente para lanzarse, tuviera que tomar un gran impulso y saltar con toda su fuerza para no terminar como una parte permanente del paisaje.

Lo que Anselmo no tenía en cuenta, era que un industrial millonario de la capital llamado Jorge Fatt, al cual su esposa lo había abandonado después de una aventura con Anselmo, conspiraba para que ese día la aparente gloria de este Don Juan de playa llegara a su final…

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