Silencio taxidérmico

Te invitamos a continuar esta narración que apenas comienza. El título que hay en el momento es provisional y se lo inventaremos una vez sepamos el final de la historia. ¡Participa e invita a tu red! Puedes hacer tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com

taxidermia

La taxidermia es un arte complejo, requiere de mucho tiempo y dedicación, pero no es uno de estos artes que se valoran por su originalidad o la representación del contexto histórico. Es la clase de arte que se aprecia por su belleza y la función que cumple en el mundo.

Hace poco, uno de mis nietos, en una de esas forzadas visitas que hacen cada cuatro de abril en mi cumpleaños, mencionó que en el mundo hay un suicida cada treinta segundos. Aquella tarde recuperé mi fe en la humanidad. El día que me hicieron la cirugía en los ojos, el láser se demoró cincuenta segundos en mi cornea izquierda y cuarenta y cinco en la derecha, y al hacer cuentas noté que tres personas habrían muerto mientras yo estaba allí tendida y aún mejor, me habían dado cinco gloriosos segundos adicionales para disfrutar de aquello. Al igual que este pensamiento, la taxidermia me ha enseñado que puede haber un mundo mejor, y a diferencia de lo que muchos piensan, este arte no se basa en rellenar a los animales, sino en vaciarlos.

Vaciar el sonido de un cuerpo, vaciar su vida, deshacerse de sus tripas y sus molestos latidos y retorcijones. Acallar un ser, remover el brillo lánguido de sus ojos y reemplazarlo con canicas. Deshacerse del olor de animal mojado y poder superar la evolución con un toque de líquido para embalsamar, y formol. Sacar sus opiniones insulsas y dejar sólo la paz de la deshidratada inmortalidad.

Mi perro Almendra había pasado conmigo unos diez años cuando comencé a imaginarlo disecado. Después de sobrevivir otros tres años más, decidí poner fin a nuestro sufrimiento y darle la inyección letal. Desde entonces he encontrado un método más rápido para conseguir animales para disecar. Esta tarde concebí una nueva idea, al ver una silla masajeadora que me habían regalado para el cumpleaños, imaginé en ella, por puro instinto, a mi vecino disecado. Creo que podría hacer los arreglos, vaciar de su cuerpo todo el ruido que hace en el jardín y al gritarle a sus loros, vaciarle de sus ideas republicanas y regalarle al barrio algo de silencio taxidérmico.

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