Mi yo violento

Cuento final

Este cuento fue escrito entre Juan David Gómez Z, Alfredo Ramirez y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Te gustó el resultado?

Con la ayuda de su brazo izquierdo acomoda su inservible extremidad derecha encima del mesón de madera. Desde el momento en que sucedieron los hechos había quedado con aquel brazo totalmente inmóvil. Por supuesto que eso dificultaría una posible fuga y una inevitable persecución policial, pero el daño ya estaba hecho.

Una vez en la mesa, toma la taza de café que había encontrado preparada en la cocina y empieza a beber. Sabe que las horas en aquella lejana cabaña no iban a ser muchas y que pronto llegaría el momento de huir, ya fuera por el regreso de la familia que habitaba el lugar o por la llegada de los malditos agentes.

Un sudor nervioso baja por su frente, recorre su cara,  para finalmente en su pecho y es absorbido al instante por su camisilla verde, manchada con sangre. Termina el café, lleva el pocillo a la cocina, lo lava con extrema complejidad y lo pone a escurrir en uno de los tantos ganchos colgantes de una de las paredes.

Entonces empieza a recorrer el lugar. Todavía le queda algo de tiempo para prepararse. Entra a la primera habitación. Sin lugar a dudas es el cuarto de una niña joven, no más de 15 años. Entre calzoncitos, un diario personal, cartas de amor, faldas por montones y blusas cuidadosamente acomodadas por colores, toma un par de medias, pues las habría de utilizar más tarde al tratar de taponar la herida sangrante de su brazo derecho.

Pasa a la siguiente habitación, luego a la siguiente y a su vez a la siguiente. Luego entra a lo que se podría considerar un estudio por la gran cantidad de libros, papeles y un viejo escritorio. Nada más de lo que encuentra en la cabaña le interesa. Vuelve a la cocina a servirse una nueva taza de café. Ha pasado casi una hora y ya empieza a sentir el resuello de sus perseguidores. Retrocede en el tiempo y recuerda lo que hizo durante el día… un día que para su desgracia aún no terminaba.

Su madre lo había levantado muy temprano. “Levántate, se te hace tarde para ir a trabajar con Don Joaquín en sus campos de algodón” dijo ella. Hasta ese momento no había tenido el valor de confesarle a su progenitora que lo del trabajo con Don Joaquín era mentira, que todo había sido inventado por temor, por orgullo, por dignidad, sólo por escaparle a la idea de un nuevo fracaso laboral. Una vez su madre le había advertido la hora, sale de su casa y empieza a recorrer la aldea. Todo era normal hasta que se topa con esa persona.

Un viejo deudor de la familia había cruzado la cuadra y ahora estaban uno enfrente del otro. Que tentadora oportunidad de desquitarse tenía al frente suyo. El resto de lo acontecido lo tiene bien claro, no necesita esforzase para recordarlo: la víctima no obedeció a su pedido, no quiso entregar las pertenencias y su cuerpo seguro yace todavía en alguna calle polvorosa y destapada de la aldea, si todavía no lo han levantado.

Toma el par de medias que había sacado de la primera habitación y se hace una casera curación en su brazo derecho, muy cerca de donde se produjo la lesión que le dejó el brazo inmóvil. El disparo del acompañante de la infortunada víctima le había rozado el brazo. Todo había sucedido muy rápido y en el momento no sintió nada, ni siquiera se dio cuenta de que la víctima iba acompañada y menos que aquel acompañante había logrado sacar el arma que llevaba entre su piel y la correa, para dispararle.

La herida no es muy profunda, calcula que son 1 o 2 centímetros, limpia un poco la zona donde el sangrado es cada vez más abundante y ata con fuerza una de las medias. El recuerdo del deudor agonizando le llega a su cabeza para torturarlo. Sabe que es culpable y que se ha equivocado; aunque él en realidad no es una mala persona, nunca lo fue. ¡Además fue la víctima la que no quiso entregar lo que le pedía!

En ese momento suena un estruendoso golpe en la puerta y piensa en la llegada de sus enemigos. En efecto, alcanza a ver por una de las ventanas a un agente de la policía regional con un arma lista y cargada. Lo más probable es que no sea uno solo… como mínimo 10 agentes le habían seguido el rastro y en ese instante se encontraban a las afueras la cabaña.

Maldice a su suerte, que dicho sea de paso, huyó hace rato, tal vez en el mismo momento en que se escuchó el golpe en la puerta. Vuelve a mirar hacia afuera pero esta vez desde otra ventana, confirmando sus sospechas, había al menos 9 agentes en distintos puntos de la calle. Se aleja de la ventana y mientras camina de un lado a otro, piensa en su siguiente jugada. Podría crear una distracción y huir a la menor oportunidad, aunque esta jugada tenía un hueco, ellos son muchos y seguro alguno lo vería salir y adiós plan.

Otra sería entregarse y que se haga justicia, sin embargo algo muy dentro de su mente le dice que él es inocente, que si no fuera porque la víctima intentó hacerse el héroe, todo esto no estaría pasando. Mientras ese y otros pensamientos inundan su mente, vuelve a sonar la puerta de entrada y esta vez un murmullo casi imperceptible lo acompaña. Uno de los agentes al parecer habla con otro.

Abre la boca con la intención clara de anunciar su inocencia, sabiendo que a ellos no les importaría, ya que como cualquier agente de la ley, sólo vienen a llevárselo. Para empeorar las cosas, el dolor de su brazo derecho se traslada a su cabeza y lo impide pensar con claridad. Decide al fin no dar señales de vida por más que el agente golpee una y otra vez la puerta.

El agente al parecer desiste y se escucha que le dice a sus compañeros que sigan la búsqueda. Entonces, con una gota de sudor que le recorre la frente y la mejilla, se acerca a la ventana y observa como los agentes se alejan de la cabaña. Sonríe victorioso, su estrategia de pasar desapercibido tuvo éxito, pero no por mucho tiempo. En un momento de alegría se acerca demasiado a la ventana y la manija de esta golpea su brazo herido, provocándole un fuerte dolor que lo obliga a arrojar la taza de café.

El ruido alertó de inmediato a los agentes, quienes entraron forzando la puerta, lo agarraron y lo sacaron de la cabaña. Todo esto ante la mirada de los demás agentes, quienes festejan su captura, mientras él con su brazo inútil, ensangrentado y sobre todo dolorido, no comprende el porqué de su arresto, si después de todo el culpable es quien intentó hacerse el héroe.

Todo estaba mal, no podía dejar que eso sucediera. Entonces ante la mirada del agente, sale huyendo pero su camino a la libertad sólo duró 10 pasos. Los agentes dispararon y fue en ese momento en que realmente se sintió libre, no más corridas, no más huidas y sobre todo, no más dolor de ese maldito brazo derecho.

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