Hambre de mar

Cuento final

Respiró de forma profunda. Aún soñaba con la ola de su vida. La ola de su vida, aquella de cresta infinita, la que formaría el tubo más acogedor, la de la espuma más blanca. Esa ola salvaje a la cual conseguiría acariciarle la barriga. Pero ninguna se le parecía. Ninguna lo zarandeó ni engulló ni arrastró como ella lo haría. Tantas otras le mojaron en su abrazo, tantas que ya no se sentía diferente a la sal, diluido en el inmenso mar, aunque pisara el asfalto.

No había alcanzado el sol el medio camino. La arena fina se colaba entre los dedos de sus pies ya mojados. Soplaba la brisa y le peinaba hacia un lado. Cerró los ojos y apretó la tabla. La ola de su vida… sus labios se curvaron en una discreta sonrisa. Más le valía tardar en llegar. Porque quería morir en ella. Sólo ella podría separarlo del mar, separarlo por fin… después de tanto tiempo. Desde un punto de vista íntimo, no era tan descabellado como sonaba. El mar le había dado la vida, el gusto por vivir. ¿Por qué no terminar sus días en él? Morir viviendo, por eso era que la buscaba.

Se metió al agua con su tabla y comenzó a nadar. Agarró un par de buenas olas y alcanzó a practicar varios de sus trucos preferidos. De repente una calma larga. Mientras esperaba, la vio empezándose a formar a la izquierda, por su experiencia, sabía que esta era una grande. Fue hasta donde ella… cuando estuvo lo suficiente cerca, dio media vuelta y comenzó a nadar junto con la ola. Era la fuerza más grande que había sentido y por poco no logra levantarse sobre sus piernas, pero lo logró.

Una vez arriba, miró hacia atrás para ver la ola que estaba andando, era enorme, la más grande de su vida, entre 15 y 20 metros. Un pequeño miedo lo invadió, sabía que si se caía de su tabla, era muy probable que esa ola lo succionara para nunca más volver. Sin embargo: ¿No era esto lo que había estado esperando? Todos debemos morir algún día, esta sería una manera gloriosa, legendaria.

Subió y bajó por la ola varias veces y ejerció algunas de sus maniobras, antes de que se empezara a formar un túnel. Era la ola más poderosa que jamás hubiera montado, además parecía no terminar; sus piernas y abdomen estaban a punto de tirar la toalla, pero los forzó a resistir hasta el último momento. Sentía las descargas de adrenalina en su espina y cerebro. Entonces salió del túnel a toda velocidad y la ola se hizo espuma detrás de él.

Alzó ambos brazos en símbolo de gloria, mientras tres o cuatro espectadores le aplaudían desde la orilla. En esta ocasión viviría para contar la experiencia. Volvió a su casa, todavía con el recuerdo claro en su cabeza. ¿Qué le depararía ahora que había dominado la ola más monstruosa jamás vista por esas orillas? Otras orillas, otra ola más monstruosa todavía, una descarga de adrenalina más fuerte… es, literalmente, un círculo vicioso.

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