Germinar de la casta carpintera

carpintero

 

El padre carpintero esperaba el gran momento, a las afueras de la recámara principal de su elaborado nido. Él era de los más trabajadores, de los más valientes y más respetados de su especie a muchos kilómetros a la redonda, sin embargo, para este momento en específico, el más importante de su vida, no se sentía capaz de estar en primera fila. Entonces escuchó el silbido clave, era la hora de la verdad. Al entrar al cuarto, tuvo que hacer espacio entre muchos de sus familiares, que se conglomeraban alrededor de la madre carpintera. Entonces la vio, rodeada de sus crías.

Había restos de cáscaras de huevo en el suelo, la madre estaba sonriente, sonrojada y a su parecer, más bella que nunca. “Te ves cansado”, dijo ella. “Estaba justo afuera, un poco ansioso”, contestó él. “¿Qué opinan de eso?”, dijo en voz alta Tom, uno de los primos carpinteros, conocido en la familia por sus bromas, ella hace todo el trabajo y es él el que está agotado. Hubo unas cuantas risas moderadas, por parte de los más jóvenes de la familia. “No es el momento Tom”, dijo la madre carpintera.

“Éstas son tus crías. Él se llama Pepe”. El padre carpintero sostuvo a Pepe entre sus alas. “Pepe, a ti te querré con todo mi corazón. Tus pequeños ojos amarillentos connotan picardía, y tus plumas rojinegras serán las más hermosas de este reino”. Entonces Pepe lanzó un melódico silbido. “Tienes el talento de tu madre”. El padre carpintero puso a Pepe en su cama, hecha de las más cómodas ramas del reino cromático. “Ésta es Antonella”, siguió la madre carpintera.

“Hola Antonella, te hemos esperado toda la vida”. Con sus alas, el padre acarició a la pequeña, que temblaba, confundida. “Tu familia es tu fortaleza y este nido tu legado. Aquí, siempre estarás protegida”. Antonella abrió sus ojos, los cuales habían estado cerrados todo el tiempo, y su primera imagen, fue la del amor de su familia. Su temblor cesó y su rostro ahora expresaba tranquilidad. El padre puso a Antonella junto a Pepe.

“¿Y cómo se llama ella?”, preguntó el padre, quien sostuvo a la última cría. “Ella no tiene nombre todavía. Estaba esperando a su padre”. El padre entonces miró a la madre sorprendido y con entusiasmo. No se esperaba ese gran honor. En ese momento, con la cría en su regazo, caminó hasta el balcón del nido y abrió sus puertas. Un espectáculo de colores había a las afueras de ese gran reino animal. A lo lejos se veían los ríos de color violeta, algunos árboles con tallos púrpura y sus ramas verde fosforescente, flores azules, rosadas, anaranjadas y algunas especies de aves doradas volando en el horizonte.

“Tú, bellísima, te vas a llamar Sheeva”. Sheeva se movía, inquieta, en el regazo de su padre. “Desde que te vi, supe con certeza que serías diferente. Tus amplias alas son símbolo de poder y ellas te llevarán muy alto. Y alto, bien alto te dejaré volar. No tiene remedio trazarle límites a la curiosidad de tu mirada ni a la fuerza de tus alas. Eres sinónimo de libertad.

Estaban todos reunidos en la mesa a la hora del desayuno, justo antes de que los pequeños partieran para la escuela.

“¿Qué hay de nuevo en la escuela Pepe?”, preguntó el padre de una forma en la cual se notaba su esfuerzo por parecer juvenil.

“Nada nuevo viejo, el profesor Grajales todavía con su técnica de tejer de los Ploceus spekei en el Serengeti, me tiene aburrido”.

“Te he dicho que no me digas viejo. Y todas esas técnicas serán útiles para cuando seas lo suficiente grande para armar tu propio nido”.

“¿Qué tal tú Sheeva, cómo van tus clases en la escuela?”, preguntó la madre en su usual tono, con una mística acogedora.

“Pues bien, es muy interesante la técnica del carpintero de ceja blanca, además me encanta su nombre. Pero no entiendo por qué no nos dan mejor información acerca de las otras especies. Aquel día escuché decir a la maestra que los monos eran una especie en decadencia, los cuales no evolucionaban sino involucionaban. No soy especialista, pero por lo que he visto son muy inteligentes”.

“Seguro que sí Sheeva, son los monos, o mejor dicho, no los monos si no una especie avanzada de monos los que dominarán el reino animal”, comentó Pepe, mirando a Antonella para que lo apoyara en su chanza. Antonella rió de forma exagerada, dándole golpes a la mesa con su ala derecha. Su naturaleza era más tranquila, pero odiaba que Pepe la molestara por ser supuestamente una “aburrida”, entonces era usual que cediera ante su mal sentido del humor.

“Me parece interesante lo que dices Sheeva, el trabajo en equipo es muy importante y es mucho más fácil cuando es entre los de tu misma especie. Es obvio porque es lo que conoces, lo que te resulta familiar. En las interacciones con otras especies, por ejemplo con monos, como mencionaste, es posible encontrarse con diferencias en las costumbres. Sin embargo, créeme cuando te digo que una vez entiendes más acerca del origen de esas costumbres, un mundo entero se abre ante tus ojos. Es importante siempre recordar quién eres y de dónde vienes, pero entre más estés abierto a compartir experiencias con quienes no son iguales a ti, más aprendes”.

“Estoy muy de acuerdo con todo lo que dice su madre, la excepción es cuando hay un afán extraordinario por compartir experiencias con un cocodrilo o un tigre”.

“Howard, no me lleves la contraria en frente de los niños. Tú no sabes por qué ha tenido que pasar ese cocodrilo o ese tigre, ni lo que tiene que hacer para sobrevivir”.

“Para sobrevivir esos no dudan dos veces en comernos a nosotros”, contestó el padre.

“Está bien. Chicos, es importante estar abierto a compartir con quienes son diferentes, pero siempre conscientes de que no todo el mundo es bueno y hay quienes quieren hacerte daño. Terminen rápido sus semillas que en cinco minutos salimos. De todas formas ni el tigre ni el cocodrilo tienen la culpa de su instinto”, concluyó la madre.

Mientras los niños arreglaban sus maletas, el padre le dijo a la madre carpintera:

“No pierdes ni una verdad”.

“Ni una sola, pero estoy satisfecha con el resultado de esa conversación, la educación más importante empieza en la casa.

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