El tétrico jardín infantil

Cuento final

Esta historia fue escrita entre Virgilio Platt, Marx, Patricia Richmond, Wiki, Sebastián Andrade y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Te gustó el resultado?

De día era un jardín infantil que parecía completamente normal, tal vez unos juguetes (caballito de madera, casita de madera, columpios, etcétera) un poco arcaicos, pero nada fuera de lo normal. Sin embargo, cuando se pasaba por el mismo lugar de noche, daba una sensación de miedo, como si algo malo hubiera ocurrido en ese lugar.

El ambiente que se respiraba al caminar por ahí aceleraba súbitamente el ritmo cardíaco de cualquier persona normal. A la luz de la luna, de verdad no parecía que en las mañanas aquel lugar tan lúgubre, resguardara risas y juegos de pequeños inocentes infantes. A penas llevaba pocos meses en este distrito como para irme, pero escuchar rumorear a la gente de aquí sobre ese lugar ya me estaba poniendo nerviosa.

Caminar por enfrente de ese jardín de infantes cuando vuelvo de la oficina se me ha hecho un martirio, no creo mucho en las historias paranormales pero esté lugar haría creer a cualquiera que una maldición lo sobrevuela. Una tarde me entretuve más de la cuenta en la oficina y, cuando salí, la oscuridad ya se había adueñado de las calles.

Eché a andar rumbo a mi casa y absorta en las tareas que había dejado pendientes para el día siguiente, no me fijé en que había llegado frente al jardín infantil. Un frío intenso me sacó de mis pensamientos y, para mi sorpresa, escuché el llanto de un niño. Allí estaba, un niño pelirrojo de unos cinco años, llorando tras la verja.

Le llamé y se acercó. “¿Por qué lloras?”, le pregunté. “Mi mamá no ha venido a buscarme”, me dijo y volvió a llorar desconsoladamente. Abrí la puerta y me agaché para abrazarle. “No te preocupes”, le consolé,” tú y yo vamos a ir ahora a buscarla”. Sonrió y me apretó la mano. Su contacto me provocó un escalofrío que sacudió todos mis huesos.

A pesar de ello, no podía echarme atrás, tenía que cumplir mi palabra y llevar al niño con su madre. Pero algo en el fondo de mí decía: “ten cuidado, se avecina una experiencia de la que no podrás olvidarte jamás”. Y así fue, después de un largo rato caminando, me di cuenta que el niño me llevaba hasta el cementerio de la ciudad. ¿Qué habría allí?

“¿Cómo te llamas?” pregunté. “Nicolás Luna, pero mis amigos me dicen Nico”. “¿A dónde vamos exactamente Nico?”. “Allí está mi mamá” dijo señalando hacia el cementerio. Una mujer bella, pero con unas ojeras marcadas, cabello y vestido negro, se acercó. “Gracias por traerlo” dijo y se llevó a Nicolás hacia el cementerio.

No pregunté ni dije más nada, la verdad es que quería irme de ahí lo más pronto posible. Sin embargo, esa noche no pude dormir bien. ¿Será que esa sí era la madre de Nicolás? Seguramente él hubiera dicho algo si no. Tal vez no debí irme tan rápido. La curiosidad pudo más y al día siguiente fui al jardín infantil a primera hora a preguntar si Nicolás Luna había ido ese día.

Una profesora me miró, impactada, y preguntó que si era alguna especie de chiste de mal gusto. Le contesté que no sabía de qué hablaba, que la noche anterior había encontrado a Nicolás aquí, bajo la supervisión de nadie y narré el resto de los acontecimientos de la noche anterior. La profesora me dijo que eso era imposible, Nico había muerto hace cinco años. Jugando a las escondidas en la escuela, se durmió en uno de los armarios y se asfixió. La madre no pudo del dolor y se suicidó al mes siguiente.

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