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Emilio Vanegas salía de una consulta de control de donde su otorrinolaringólogo: “Muchas gracias doctor, mándele un cálido saludo a Carmen Elena de mi persona. Espero verlo pronto, por fuera del consultorio eso sí, odio venir acá, no se ofenda”. Al cerrar la puerta, Emilio se dirigió hacia donde la recepcionista a cancelar la cuenta de la consulta con el doctor de manera inmediata.
Gladys, la nueva recepcionista, con un leve sobrepeso, un lunar en la parte superior del labio, pinta labios rojo y un vestido color lila, al ver al señor Vanegas acercarse, dijo: “Buenas tardes señor Vanegas. Imagino que querrá pagar su consulta. Deme un segundo por favor para diligenciar el recibo”.
Gladys pulsó las teclas de su ordenador por unos 30 segundos y se detuvo. Entonces miró al señor Vanegas de forma fija. “No puedo evitar preguntarle. ¿Es usted familiar del Emilio Vanegas que es actor? No es famoso, pero sí ha salido en un par de obras de poca monta. Uno que también practica danza artística”. Vanegas contestó: “Estoy de prisa y no puedo evitar notar que mi recibo está en pausa por banalidades más allá de su incumbencia. No obstante, aclaro que no soy familiar de ese tal Emilio Vanegas, actor y danzarín”.
Mientras Emilio caminaba por la acera, justo afuera del consultorio médico, sintió el frio del invierno más cruel en diez años. No pudo evitar pensar en la pregunta de la recepcionista. Una vez más le ocurría lo mismo. En toda su vida, en más de por lo menos 15 ocasiones, le habían preguntado que si era familiar de alguien con su mismo nombre y apellido. ¿Quién sería ese otro Emilio Vanegas? ¿Qué clase de vida llevaría? ¿Le afectaría de alguna forma su vida el hecho de que en su misma ciudad hubiera alguien con su mismo nombre? ¿Cómo sería físicamente ese tal Emilio Vanegas?
Todas esas preguntas rondaban por su cabeza, no cabía duda de que tenía unas ganas enormes de conocer al misterioso actor y bailarín…