El ascensor (título provisional)

Cuento en construcción

Esta es una de las propuestas hechas a partir del ejercicio “Pongamos a Enrique en una situación incómoda”. Este cuento está abierto a una edición total por parte de ustedes. Es decir, queremos que nos digan que partes les gustaría modificar o qué partes creen que funcionan. Sobre todo a partir de la oración “a la gente como que le gusta que la maltraten”. ¿Les gusta ese final o lo modificarían a partir de esa oración?  Entonces, hasta el lunes 6 de junio de 2011 pueden modificar este cuento como quieran o votar por que quede como está y al día siguiente le inventaremos un título al mismo.

Foto tomada de Flickr por Wonderlane

Un día Enrique estaba entrando al ascensor del edificio en donde trabajaba, la puerta estaba a punto de cerrar cuando vio a su jefe, quien de lejos le gritó: “Detenlo”… Enrique hizo caso. El jefe de Enrique era una persona muy importante en su ámbito laboral y en la sociedad. Había logrado armar una gran red de socios con poder, que lo hacían a él también muy poderoso. Enrique lo respetaba mucho, sin embargo, odiaba su arrogancia, chistes pesados y más que todo su vanidad.

“Qué tal señor Hernández” dijo Enrique. “Buenos días Armandito como amaneciste hoy”, le contestó es Sr. Hernández”. “Mi nombre es…” intentó decir Enrique, pero en ese momento entra también al ascensor una de las secretarias de la oficina, Lucía Jaimes. Al Sr. Hernández, también conocido por ser mujeriego, ya le habían llamado la atención algunas veces otros socios de la junta directiva por quejas de las mujeres más jóvenes de la empresa que sentían que el Sr. Hernández se aprovechaba de su alto cargo para molestarlas. Y en efecto, sólo eran llamadas de atención porque la verdad era que él era intocable.

“Señorita Jaimes cómo ha amanecido usted hoy” dijo el Sr Hernández. ”Bien Sr. Hernández, gracias”, contestó ella. “Pero déjanos al joven Antonio y a mí contemplar tu belleza, date una vueltecita”. En ese momento el Sr. Hernandez miró a Enrique y le guiñó el ojo. Si hubiera sido cualquier otra persona, tal vez Enrique no hubiera demorado tanto en decir algo. Sin embargo, era el Sr. Hernández, una eminencia. A Enrique le tocó fingir una media sonrisa. “Vamos niña, date una vueltecita sin pena, deberías estar orgullosa” inisistía el Sr. Hernández.

Cuando Enrique vio que la señorita Jaimes, roja de la vergüenza, miró hacia el suelo, intentó intervenir, “Sr. Hernández tengo algunas dudas acerca de los lineamientos sobre…”. “Silencio muchacho” dijo el Sr. Hernández “la señorita Jaimes estaba a punto de dar una vueltecita”. Finalmente la señorita Jaimes cedió y el Sr. Hernández aplaudió “Bravo, bravo, que espectáculo dios mío, que espectáculo de mujer. Mis sinceras felicitaciones al señor y la señora Jaimes”.

Cuando el ascensor se detuvo por primera vez en un piso, la señorita Jaimes aprovechó “bueno aquí me quedo”. El Sr. Hernández y Enrique estaban solos de nuevo. “Perdón por silenciarte muchacho, pero estabas interrumpiendo en la peor parte. ¿Qué decías?”. Enrique pensó “que eres un viejo verde acosador, arrogante, petulante, que no sé cómo ha logrado conseguir tantos amigos. A la gente de verdad como que le gusta que la maltraten”. Pero lo que dijo fue: “ya no recuerdo señor Hernández, el trasero de la señorita Jaimes borró mi memoria”. “¡Ja! Siempre me encantó tu sentido del humor Enrique, pásate por mi oficina a las 4 p.m., tengo planes para ti”.

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