El árbol al que mi memoria quiso llamar Sehrli

Este cuento fue escrito entre Pablo Bustillo, Moonish June y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado? Deja tu comentario.

niebla

Y yo que creía que estaba sola. Nunca había visto tanta soledad abrazada por la tranquilidad y la vida. Fue mi primer encuentro con un árbol Sehrli (mágico en Azerí) y mi primer vistazo a una conexión que jamás imaginé. Le dije al conductor del autobús que parase en mitad de la nada; no encontraría otra ocasión para verlo de cerca.

Aquel árbol sobre el que versaban mis lecturas de pequeña; aquella bruma sobre la que versaban mis lecturas de adolescente. No, seguramente no habría más oportunidad de verlo en el futuro, porque estas son las percepciones del instante presente a las que hay que apresar para no tener que rebuscar entre descargas de imágenes tratadas por píxeles anacrónicos.

–Déjeme bajar aquí, por favor –me apresuré a decirle en una suerte de inglés atragantado por la emoción . -Necesito quedarme aquí ya.

–Lady, are sure?

–Sí, por favor.

–There’s nothing here to be seen.

–No importa.

Al cabo de unos segundos, aminorando la marcha, se detuvo a un lado de la carretera. Un desvío viejo señalizado por un poste rojo en perfecto estado hizo de estación para bajarme del autobús acompañada de mi mochila al hombro.

–There’s no other bus coming before 2 p.m., lady.

–Estaré bien, gracias.

Una hora de soledad hasta que pasara el siguiente turno. Una hora de regocijo en el recuerdo. La niebla solo permitía ver los primeros 5 metros desde donde yo me encontraba; suficientes para divisar una masa informe y gris decorando el horizonte de lo que sería un bosque negado a los que solo estuvieran ahí para visitar el presente. Por delante y presidiendo el cenagal, el árbol al que mi memoria quiso llamar Sehrli, en conservación de todos sus atributos mágicos. Yo era pequeña, yo era joven, yo era un personaje de mi propia historia confeccionada para servir a mi imaginación y mi deseo.

Sin embargo, estaba segura de estar ahí, frente a su rugoso ropaje. Había soñado con visitar un páramo en el que los tenues acordes de una Brontë surgieran de su propio paisaje sin palabras. La niebla que habitan los condenados a vivir en sí mismos. De pié a cinco metros del Sehrli, transitaba mis ojos por una alfombra de agua infranqueable, a menos que no me importara hundir las botas en el barrizal. Esas imágenes, pensé, esa bruma soldada a la experiencia de los otros, muy lejos de donde yo vengo, solo puede darse en un día como hoy, en un momento como este, en un lugar al que accidentalmente he llegado.

La niebla, esa amiga de la adolescencia, en la que una institutriz se perdía para encontrarse a sí misma junto a la dolencia de un ser herido y extraño.

–Jane Eyre– susurré, -si pudieras hablar ahora, si pudieras vestir mi ropa, si pudieras conocer el futuro, comprenderías que hay cosas que no cambian. Viajaste para regresar al lugar al que perteneces de nuevo-.

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