Creale un final a esta trama de violencia y suspenso

Cuento en construcción

Invéntale un final a esta historia escrita hasta el momento entre Maite Guzmán, Alexander Montoya Suarez, Macamolist, AbrilCasas y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final, le inventaremos títulos al cuento.

Despertó y no sabía en dónde estaba, cómo había llegado hasta allí, ni tenía ningún tipo de recolección acerca de las últimas 24 horas. Sus manos estaban ensangrentadas. Dio media vuelta en la cama y encontró a una joven muerta, las sábanas y el colchón estaban empapados de sangre.

Desorientado miró a su alrededor. La pequeña habitación estaba sumida en caos: restos de comida regada en el suelo, botellas de cerveza y colillas de cigarrillos en la mesa de noche. Parecía el cuarto de un estudiante de secundaria. “¿Sería el cuarto de la chica? ¿Qué hora es?” se preguntó. “¿Habrá alguien más aquí?”.

Entonces, entre las sábanas encontró el cuchillo y entendió en el lío en que estaba metido. “¿La habré matado yo?” pensó horrorizado cuando vio su ropa tirada en un sofá cercano a la puerta. “¡Tengo que salir de aquí!” se dijo, pero mientras abría la manilla, cayó en cuenta de que todavía no le había visto el rostro a la chica. Un estupor sacudió su cuerpo en rechazo, no obstante, no lo podía evitar. Se dio vuelta y decidió ver bien a la víctima

Lentamente se acercó a la cama e intentó mover la sábana que la cubría. Entonces la mujer emitió un quejido. El salto que dio lo dejó medio inerte en el suelo, pero sacó fuerzas para levantarse y volver a mirar. El corazón lo tenía pegado al cuello, le impedía respirar y pensó que iba a morir en cualquier instante. Sin embargo, hizo un intento de acercarse cuando la chica, agonizando, habló: “Llama a mi madre”. “Dime el número de teléfono”, le contestó él.

A duras penas se lo dio mientras él tecleaba con nerviosismo en su móvil, la mujer cayó en una especie de sopor. “¿Qué diré?” pensó antes de oprimir la tecla de llamada y escuchó como aquel tono sonaba una vez, dos veces, tres. “Aló?” contestó una mujer cuya voz denotaba preocupación. Su respiración y sus latidos competían. “¿Aló? ¿Quién es?” volvió a hablar la mujer del otro lado de la línea.

¿Qué diría? Ni siquiera sabía un nombre. Por fin dijo con una voz forzada “señora, su hija…”, respiró profundo, como tomando aliento para contarle la noticia, cuando de pronto escuchó que llamaban a la puerta golpes insistentes y angustiosos. Su cuerpo se paralizó por completo y de forma lenta descargó la bocina del teléfono.

Su corazón palpitaba con tal fuerza que él mismo escuchaba cada latido. Se acercó a la cama una vez más, su cabeza le seguía exigiendo una respuesta concreta, algo que pudiera ayudarle a descubrir lo sucedido. La mujer se giró sobre las sábanas impregnadas de sangre y le apretó con fuerza sus manos para decirle con voz moribunda: “perdóname no debí traerte hasta aquí”…

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