Concluye la historia del vergonzoso episodio del estricto profesor Verdaguer

Cuento en construcción

Invéntale un final a esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre E.Calder y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final le inventaremos títulos, o puedes proponer tu final y enseguida tu título. ¡Participa!

El profesor Verdaguer era el más estricto de todos. Su cabello gris, arrugas en la frente  de tanto fruncir el ceño y cara permanente de seriedad, le daban un aire de general nazi. Todos lo respetaban e incluso temían. Lo que ninguno de sus estudiantes sabía era que cuando Verdaguer estaba solo en su casa, le gustaba navegar por páginas pornográficas de internet, a escondidas de su esposa.

Un día, justo después de preparar la exposición que tenía que dar en la clase de al día siguiente, Verdaguer se metió a otra de esas páginas. Un gran aviso en su pantalla apareció, advirtiendo que si continuaba, su ordenador podría infectarse con un virus. Sin embargo, la asiática desnuda en el fondo pudo más que el gran aviso y el profesor hizo caso omiso del mensaje.

Al día siguiente, el profesor entró a clases. Después encendió el proyector, que mostraba en grande, para que todos sus alumnos vieran, lo mismo que aparecía en la pantalla de su Macbook Pro. Al hacer doble clic en uno de los enlaces de su presentación que dirigían a internet, de repente Verdaguer notó cómo todos sus estudiantes reían a carcajadas.

Volteó y vio el explícito video de un hombre con un miembro gigantesco, penetrando a una mujer. El rostro de Verdaguer se puso rojo como un tomate. Preciso en ese momento la directora de la escuela, una estricta monja de casi 80 años entró en la clase. Sus ojos se agrandaron con asombro al ver las sucias imágenes de fluidos más gemidos, lo cual aumentó las risas de los estudiantes.

El virus había dañado más que la presentación de Verdaguer, no le permitía cerrarla. Mientras el maestro batallaba con la máquina, la octogenaria monja, habiendo superado su shock inicial, inclinaba la cabeza a un costado, para mejor apreciar las acrobacias del hombre y la mujer. Mientras más la monja se ruborizaba, más el maestro palidecía…

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