Aprovecha esta historia para contar tus pesadillas

Cuento en construcción

Sigue avanzando nuestro especial de Halloween gracias a los aportes de Paula A. Gutiérrez, Emiliano Navarrete, Marcela D’ Jesús, Jairo Echeverri García y la edición de Cuento Colectivo. Somete a nuestro personaje por un recorrido a través de sus peores miedos. Recuerda que tenemos hasta el 31 de octubre de 2011 para terminar este cuento. Se acaba el tiempo ¡Sige participando!

La lluvia pegaba fuerte en las ventanas y las goteras llenaban la casa de rítmicos e insoportables ruidos. Miranda estaba acostada en su cuarto tapada por una manta de lana de alpaca, vestida con un traje de seda negro mientras esperaba a su esposo cuando de repente el sonido de las gotas comenzaba a ocasionar un embrujo hipnótico en Miranda, que la hacía caer poco a poco en un sueño profundo.

De un momento a otro, se encontraba en una de las sillas de un teatro con decoración gótica, entre muchos desconocidos. Entonces una de las luces se encendió en el teatro, iluminando el punto en el escenario específico en donde estaba un jorobado con la cara deformada… el anfitrión de la velada, al parecer. “Sean todos bienvenidos a la peor de sus pesadillas” dijo el jorobado con su micrófono. Un grito agudo se escuchó en el auditorio, el cual ocasionó una risa macabra por parte del anfitrión.

“Son ustedes las almas escogidas para este, el único sueño en el cual ustedes saben que están soñando, sin embargo, no podrán despertar. Sin más preámbulo acerca de las oscuras fuerzas que dirigen este evento mundial, nada más y nada menos que en octubre, el mes de las brujas, basta con decir que sólo volverán a sus vidas mundanas, aquellos que derroten sus peores miedos… aquellos que venzan a su propio subconsciente”.

La deforme criatura fijó sus ojos en Miranda como una daga penetrante. Ella, inmóvil, sólo podía percibir sus manos sudorosas incapaces de tocar sus piernas ya adormecidas. Trató de pensar en otra cosa, siempre le gustó creer que estaba en control de todo, pero de un momento a otro, todo el auditorio se levantó y empezó a acercársele.

Pisada tras pisada, Miranda podía verse llena de miedo, tuvo esa sensación escalofriante al pensar que quizá no despertaría. El escenario se tornó rojo, un rojo tan intenso que la cegó por unos instantes, y cuando trató de recobrar la conciencia, el lugar ya era distinto. Llevaba amarrada a su mano un pequeño baúl plateado bastante viejo y oxidado.

“¿Dónde estoy?” continuaba preguntándose de forma constante mientras intentaba asimilar el entorno que ahora la rodeaba. “¡Miranda!” se escuchó una estrepitosa exclamación desde el otro lado de la oscura bóveda, de inmediato reconoció su voz…

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