Invéntale un final a la última aventura de Enrique, durante un viaje de inconvenientes

Cuento en construcción

Invéntale un final a este cuento que ha sido escrito hasta el momento entre Luis Iglesias, Liliana Vieyra Tanguy, Enrique Castiblanco y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Tienes hasta este sábado 10 de marzo de 2012 para participar. Recuerda que es el último capítulo de “Las aventuras de Enrique”. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos a la misma.

Foto tomada por Vox Efx

Por razones de trabajo, era necesario que Enrique tomara un vuelo de 15 horas camino a Sydney, Australia. Antes de abordar, la persona encargada mencionó que por ese día, las sillas de primera clase en el avión tenían un 70% de descuento. “¡Qué bien! Al parecer es mi día de suerte” pensó.

Todo marchaba perfecto. El vuelo salía en unos minutos y nadie más se había sentado en la silla de al lado suyo. “Más espacio para mí” se dijo “tanta suerte no se ve todos los días”. Entonces, justo antes de que cerraran la puerta del avión, un pasajero entró en el último minuto.

El pasajero miraba los números de las sillas y las comparaba con los de su tiquete. “Silla 7K. Esta es la mía” dijo el hombre. Cuando se sentó, Enrique volteó la cara e hizo un gesto de desagrado, no sólo porque ya no tendría más espacio, sino porque su compañero de vuelo por las próximas 15 horas tenía un fuerte olor en las axilas al cual se tendría que acostumbrar.

Intentando ser optimista y decidido a que nada empeoraría la situación, asumió que el odorífero inconveniente podría ser superado si lograba distraer a su órgano olfativo desviando la atención hacia otro de sus sentidos. Pronto sostuvo en sus manos aquel libro que había comenzado a leer en la sala de pre-embarque. Éste lo atrapó al punto de casi olvidar la engorrosa circunstancia de tan largo viaje.

Avanzó por la página de forma ávida, devorando las palabras, dejándose agarrar por los vericuetos del glorioso personaje y, lo más importante, logrando aletargar el ataque que sus fosas nasales se veían obligadas a resistir. Pero un profundo sonido similar a un trueno lo arrancó de su beatífica concentración. Su indeseado vecino de vuelo, dormido profundo, emitía por su boca abierta ronquidos desesperantes.

Ya no podía seguir leyendo. Fastidiado comenzó a hurgar en el paquetito que le había dado la azafata al empezar el viaje. Allí estaba su salvación: ¡Los auriculares! Deslizando la pantalla que tenía ante sus ojos, conectó el dispositivo y se dejó envolver por la voz de una seductora mujer que le daba la bienvenida mientras escuchaba una agradable música de fondo.

El menú era impresionante, había una larga lista de películas para elegir, canales con todo tipo de música, juegos, encuestas, y hasta podía ver la hoja de ruta y seguir el vuelo del avión desde un satélite. Estaba fascinado con eso, se imaginaba que él comandaba la nave. Justo cuando había olvidado que estaba sentado al lado de un molesto vecino, sintió un sacudón en su brazo.

El sacudón se repitió otra vez y al voltear, notó que el hombre gesticulaba cosas incomprensibles. Desconectándose del improvisado paraíso y con una mirada furibunda le preguntó: “¿Qué pasa?”. El vecino, acercándose más a su mejilla le respondió: “Necesito urgente un inodoro, comí algo en el aeropuerto que me hizo mal y este es mi primer vuelo, no sé dónde encontrarlo”.

Preso de unas nauseas incontenibles, Enrique le dijo con su mejor cara: “siga la flecha luminosa”. Presuroso, el compañero se levantó y desapareció en la penumbra del avión dando tumbos por el pasillo…

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