Mira cómo va esta historia sobre una familia algo disfuncional

Cuento en construcción

Este cuento ha avanzado de esta forma gracias a los aportes de Susana Chiappetti y Cuento Colectivo. Todavía nos parece que falta un poco para el final así que sigan participando. El ejercicio está abierto de forma indefinida.

Detalle del óleo sobre lienzo "Soir Bleu" de Edward Hopper

Mariano llegó a al restaurante diez minutos después de lo acordado y a pesar de que no se veía con ninguno de sus dos hermanos desde hace por lo menos cuatro años, sólo le dio un apretón de manos a cada uno. “Díganme, qué era tan urgente como para hacerme salir antes del teatro… ¿A qué se debe este reencuentro familiar, querido hermanos” dijo Mariano de forma sarcástica y también un poco irritado.

“El viejo ha muerto” respondió César, el hermano mayor, que fumaba un cigarrillo. A Mariano en ese momento se le vinieron a la cabeza una lluvia de recuerdos y sintió a partir de la noticia algo que nunca se hubiera esperado. A pesar de que no había vuelto a ver a su padre desde que éste le había  cerrado las puertas de su casa y vetado de la familia hace más de quince años, un nudo se le hizo en la garganta tras las palabras de César.

“¿Cuándo lo entierran?” preguntó Mariano. “Mañana en el Cementerio de Montparnasse” le respondió Antonio, su otro hermano, quien había asistido al encuentro con su usual uniforme militar. “Pero trata de ir vestido decente y creo que sería mejor si fueras sin ningún acompañante”  agregó Antonio mientras miraba con repugnancia al travesti que acompañaba a Mariano, parado justo al lado de la mesa.

Mariano golpeó la mesa con su puño, haciendo que se derramara el licor de uno de los vasos. “Me recuerdas tanto a él” dijo Mariano mientras encendía un cigarrillo. “Hasta mañana entonces” dijo y se levantó. Por un lado, Mariano se sentía comprometido a ir al entierro de su padre, pero por el otro, sabía que nada bueno surgía a partir de esos reencuentros familiares obligatorios.

Todavía recordaba con claridad la mirada permanentemente reprobatoria de su padre que nunca había aceptado su vocación artística. Todavía le dolía el vacío que le habían hecho sus propios hermanos y resonaban en su mente las aún indescifrables palabras de su madre: “Un día entenderás todo y perdonarás. En las familias hay secretos… oscuros a veces, difíciles de develar…”.  ¿Sería tal vez este entierro la oportunidad de averiguar la verdad? ¿Estaba él preparado para enfrentarse a cualquier tipo de confesión?

Abrió la puerta de su casa y fue al armario donde, en una cajita de madera, conservaba fotos viejas y algunos pocos objetos de aquella época. Hacía tiempo que hurgaba en sus historias infantiles buscando alguna pista que le permitiera entender (la memoria de los recuerdos es siempre imperfecta, recortada y confusa). Habría unas diez fotos: su madre con sus hermanos, su madre con su padre, los abuelos, una cena navideña, su madre en el teatro con un amigo de la familia y unas cuantas de su paso por la escuela.

Había también unos pocos objetos, entre ellos un anillo con el clásico símbolo del teatro: las dos máscaras, la de la comedia y la de la tragedia. Se detuvo en ese objeto. Lo levantó y lo observó con cuidado, como si fuera la primera vez. En realidad, él había conservado ese anillo sólo porque le había gustado… pero nunca se había preguntado de dónde había salido o cómo había llegado a sus manos…

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