Yo, pero con pelotas

Esta historia fue escrita entre Enrique Castiblanco y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado?

paris metro

Como ocurrieron los hechos:

Acababa de salir del Rex Club, eran apenas las 6 a.m. y aunque hace más de una hora me quería ir de la discoteca, tenía que esperar a que el metro abriera sus puertas a esa hora porque me encontraba a las afueras de París y un taxi hasta allá hubiera salido carísimo. Apenas la estación abrió bajé las escaleras, el primer metro del día llegaba y, buenas noticias, me dejaría directo en la estación de St. Lazare para ahí coger uno de los trenes suburbanos.

Apenas entré al metro, miré hacia la derecha y había una rubia hermosa sentada sola en un vagón con poca gente. La miré directo a los ojos para sentirme atrevido y “proyectar valor”, pero creo que en el fondo solo lo hice porque sabía que era lo único que me iba a atrever a hacer. Con el mismo impulso con el que entré, giré hacia la izquierda y me senté dándole la espalda a la rubia, a unos 6 metros de distancia.

¿Qué valiente no? Teniendo en cuenta que las sillas del metro no miraban todas hacia una dirección, sino que eran de esas que están unas opuestas a otras. Nunca he entendido para qué hacen esas sillas de esa forma. Solo si vas con 4 amigos resulta agradable verse las caras todo un trayecto… y eso. Hasta algunas veces con conocidos preferiría no tenerlos todo el tiempo en frente. Es que no sé dónde mirar. Para evitar el dilema, decidí sentarme en donde me senté.

Tenía entre sueño y cansancio. Pensé un momento en la rubia, en si hubiera sido mejor sentarme al lado y empezar una conversación. Es algo que nunca haría. ¿Qué tal que piense que soy un asesino en serie? Excusas y más excusas… algún día me tendré que lanzar al vacío sin mirar, en contra de mi naturaleza. En fin… lo mejor sería olvidarme de esa oportunidad.

Faltaban dos estaciones para llegar a la de St.Lazare y la rubia se cambió de su puesto y se sentó no justo al lado mio, pero del otro lado del pasillo, paralelo a mí. ¿Por qué habría hecho eso? No sé, pero podía ser interpretado como una señal. Además a esa hora, de seguro que también estaba trasnochada y quien sabe qué más. Tenía que decidir, o me bajaba en St.Lazare y me quedaba solo con el recuerdo, o empezaba un juego de miradas, le preguntaba cualquier cosa, inevitablemente saliéndome de mi trayecto.

Pensé en que no había llegado en toda la noche y que tal vez la persona que me estaba recibiendo como visitante en su casa en Sevres estaría preocupada. Además estaba cansado como para improvisar una conversación interesante, conversación que nunca supe en qué idioma se tendría que llevar a cabo. Además si le hablaba y no llevaba a ninguna parte quién sabe cuantos trenes más tendría que coger para volver a St.Lazare. Opté por bajarme en la estación, y nunca sabré qué hubiera pasado.

Lo que pudo haber pasado:

Acababa de salir del Rex Club, eran apenas las 6 a.m. y aunque hace más de una hora me quería ir de la discoteca, tenía que esperar a que el metro abriera sus puertas a esa hora porque me encontraba a las afueras de París y un taxi hasta allá hubiera salido carísimo. Apenas la estación abrió bajé las escaleras, el primer metro del día llegaba y, buenas noticias, me dejaría directo en la estación de St. Lazare para ahí coger uno de los trenes suburbanos.

Apenas entré al metro, miré hacia la derecha y había una rubia hermosa sentada sola en un vagón con poca gente. La miré directo a los ojos para sentirme atrevido y “proyectar valor”, pero creo que en el fondo solo lo hice porque sabía que era lo único que me iba a atrever a hacer. Con el mismo impulso con el que entré, giré hacia la izquierda y me senté dándole la espalda a la rubia, a unos 6 metros de distancia.

¿Qué valiente no? Teniendo en cuenta que las sillas del metro no miraban todas hacia una dirección, sino que eran de esas que están unas opuestas a otras. Nunca he entendido para qué hacen esas sillas de esa forma. Solo si vas con 4 amigos resulta agradable verse las caras todo un trayecto… y eso. Hasta algunas veces con conocidos preferiría no tenerlos todo el tiempo en frente. Es que no sé dónde mirar. Para evitar el dilema, decidí sentarme en donde me senté.

Tenía entre sueño y cansancio. Pensé un momento en la rubia, en si hubiera sido mejor sentarme al lado y empezar una conversación. Es algo que nunca haría. ¿Qué tal que piense que soy un asesino en serie? Excusas y más excusas… algún día me tendré que lanzar al vacío sin mirar, en contra de mi naturaleza. En fin… lo mejor sería olvidarme de esa oportunidad.

Faltaban dos estaciones para llegar a la de St.Lazare y la rubia se cambió de su puesto y se sentó no justo al lado mio, pero del otro lado del pasillo, paralelo a mí. ¿Por qué habría hecho eso? No sé, pero podía ser interpretado como una señal. Además a esa hora, de seguro que también estaba trasnochada y quien sabe qué más. Tenía que decidir, o me bajaba en St.Lazare y me quedaba solo con el recuerdo, o empezaba un juego de miradas, le preguntaba cualquier cosa, inevitablemente saliéndome de mi trayecto.

Opté por hablarle. Era alemana y hablaba un poco de inglés, idioma en el cual nos comunicamos. También acababa de salir de un club e iba camino a su casa. “Noté que te cambiaste de lugar”, comenté. “Es cierto, quería ver si me hablabas”, contestó ella. Mejor dicho: ¡servido en bandeja de plata! Me senté a su lado y a partir de ese momento hablamos, pero el lenguaje del amor.

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