Sólo le falta el título al cuento de Doña Elvira

Cuento en construcción

Tienes hasta este viernes 5 de agosto de 2011 para inventarle un título a este cuento que ha sido escrito hasta ahora entre Hector Romero, Gladys Trujillo, Patricia Hernández, Patricia O, Enrique Castiblanco y Cuento Colectivo.

Foto por Ingrid Taylar

Aquella mañana era tan patética como cualquier otra. Doña Elvira barría la calle con su peculiar contoneo de adolescente. Barrer: la excusa perfecta para monitorear a las personas que sí tienen vida. Mientras lo hacía, alcanzó a escuchar una conversación de sus vecinos que se arrepintió toda la vida de haber escuchado. Era la voz de Dora, su vecina: “Ya me cansé de ese viejo, no me lo aguanto. Esta noche vertiré el veneno en su jugo de arándano”. Sin poder ocultar su nerviosismo, Doña Elvira dejó lo que estaba haciendo de forma abrupta y se encerró rápidamente en su casa.

Apoyada contra la puerta, sus pensamientos se arremolinaban en torno a una sola ídea: “¿Será que Dora al fin lo descubrió? ¿Será que la noche anterior no estaba tan dormida como él pensó y los escucho teniendo sexo salvaje en la cocina? Debe ser mi imaginación”, concluyó Elvira y se durmió tranquila esa noche. A la mañana siguiente la despertó la sirena de una ambulancia. Esa mañana era lluviosa. Con su mano limpió el vaho del cristal para poder ver cómo se llevaban a su amante. “Lo hizo”, pensó aterrada.

Todo ese día estuvo muy nerviosa, ni siquiera salió como solía hacer cada mañana a barrer la vereda para enterarse de la vida de los demás, tenía miedo. No podía olvidar que su mirada se había cruzado con la de Dora cuando se llevaban al marido y no sabía si había sido fruto de su imaginación o sus ojos de verdad la habían mirado desafiantes.

Le llevó tiempo tomar la decisión de ir hasta la comisaría para contar lo que había oído el día anterior. Cuando estaba a punto de salir el timbre de la puerta la sobresaltó. De forma sigilosa se acercó a la ventana para ver quién era. ¡Era Dora! Al ver que ésta insistía, no le quedó más remedio que preguntarle qué deseaba a través de la puerta. “Hola Elvira, soy Dora. Quería saber si te ocurre algo ya que no te vi en todo el día. ¿Necesitas algo?”.

A Elvira le sonó muy raro que Dora se interesara por ella porque nunca se habían destacado por llevarse bien. “Hola Dora, no pasa nada, me levanté un poco resfriada nada más y como está tan feo el día me quedé en casa para reponerme pronto” le contestó tratando de aparentar mucha tranquilidad y distorsionando un poco la voz para darle más credibilidad a su gripe.

“Ok, cualquier cosa que necesites me avisas. Es suficiente ya con lo que le pasó a mi marido como para que le ocurra algo a alguien más” le dijo y se marchó. Elvira quedó atemorizada, las últimas palabras de su vecina le sonaron a amenaza, por eso, sin pensarlo dos veces, tomó el teléfono para hablar con la policía pero el aparato se había estropeado, no tenía tono.

Tomando coraje se apresuró para salir, no sin antes ver por la ventana si tenía el camino libre. Como no había moros en la costa salió a toda prisa. Era tal su afán que en la esquina tropezó con una persona que se le vino encima. Aparentemente se trataba de un transeúnte que le dijo unas cuantas palabrotas por su torpeza, ella no se detuvo y siguió tratando de conseguir un taxi.

A los pocos metros comenzó a sentirse mal y la vista se le empezó a nublar. Ya a punto de parar un taxi se desvaneció. Cuando despertó estaba atada de pies y manos en un lugar oscuro. Desde algún lugar escuchaba voces. Elvira, en un ataque de pánico intentó gritar pero un trapo que le tapaba la boca se lo impidió. De pronto reconoció la voz del hombre con el que había tropezado en la calle y que la había insultado.

Pasaron unos minutos y el hombre apareció con un tapabocas, un overol blanco y una sierra eléctrica. “Esto es lo que le pasa a las zorras traidoras como tú” dijo. Antes de que la sierra eléctrica tocara su estómago Doña Elvira despertó confundida en su habitación. Se escuchaba el sonido de una podadora no muy lejos. Agarró su teléfono celular y vio dos llamadas perdidas de Armando, su amante. Enseguida lo llamó y terminó todo lo que tenían. De alguna forma, había interpretado ese sueño como un mensaje de su subconsciente. Antes de colgarle el teléfono dijo: “porque ya no quiero llevar una vida de telenovela mexicana para después terminar metida en una trama hollywoodense”.

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