Sigue esta historia llamada por el momento “Martita y las gaviotas”

Cuento en construcción

Tienes la opción de solamente continuar, o de inventarle un final a esta historia propuesta por Luis A. Iglesias y editada por el Comité editorial de Cuento Colectivo. El ejercicio sigue abierto de manera indefinida y una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos.

Un muelle recorrido cientos de veces, en una monotonía infame de pasos desde la costa hasta ese preciso lugar de siempre, aquel donde la pequeña Marta detenía su andar y con ojitos traviesos pedía: “¿Acá, papito, les podemos dar de comer a las gaviotas?”. Entonces el ritual de los trozos de pan rebanados en pedazos lo suficiente pequeños para ser tomados por su pequeña manito, y lo suficiente grandes para que las aves pudieran tomarlos sin lastimarla.

Después, la milimétrica precisión de los movimientos de Martita: mano izquierda sosteniendo la bolsa, mano derecha tomando una rodaja por vez, solo una. La primera gaviota volando rauda hacia el alimento y con un suave descenso y posterior aleteo, el alejarse vaya a saber a qué nido de rocas. Después el retorno al principio, retomando el mismo circuito hasta que, ya vacía de alimentos, la bolsa flamea en la despedida que acompaña a la diestra de la niña de sus “hermanitas del viento”, como ella llama a las aves.

Día tras día, al atardecer, la misma imagen, la misma secuencia de hechos que podría haberse prolongado por siempre, en una instantánea de felicidad apacible, sin sobresaltos. Llegó ese día en que Martita ya no acompañó el rutinario paseo. Pero el recorrido exacto continuó a la misma hora donde el sol ilumina apenas la superficie del mar de un naranja ígneo.

La imagen indeleble en su retina se proyectaba en ese mismo lugar, donde el viento traía esas mismas palabras y el eco de las olas y el graznar de las gaviotas repetían de forma incesante: “Acá… papito…”

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