Piel de cristal y piedra

Cuento final

Esta historia fue escrita entre entre Sebastián Andrade, Rosalina Romero, Teresa, Valentina Solari, Las Odiseas de Penélope y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado?

Todos las mujeres la envidiaban y todos los hombres la deseaban, pero en secreto, ya que la mayoría se daba por vencido desde antes de un acercamiento, por la belleza intimidante de esta mujer. Pero lo que de forma superficial parecía una vida de risas y felicidad, era en el fondo una existencia miserable. Sol odiaba su piel, porque sabía que detrás de esa supuesta belleza, había una maldición de soledad con la cual tendría que vivir por siempre.

Sol además era inteligente, hecho que empeoraba su mala suerte en el amor, puesto a que aquellos lo suficiente valientes de acercársele, terminaban siendo o niños lindos muy tarados, o hombres a los que le incomodaba su inteligencia por su ego machista… ella se rehusaba a rebajar sus estándares.

El resultado fue un sentimiento ambiguo con respecto a su apariencia, un rechazo rotundo al amor, además de un esfuerzo exagerado en ser destacada por su inteligencia más que por su belleza. Mientras en las fiestas de disfraces todas las chicas se vestían de princesas y de policías sexy, a ella le divertía ser la encarnación de la fealdad.

Su reacción se debía a que estaba cansada de tanta adulación a su apariencia, mas no así a otras cualidades que tenía y que la belleza opacaba. Después de todo, la belleza física es efímera, y ella era más que sólo eso, era una mujer de alma noble, dispuesta a ayudar a los más necesitados y a aliviar la soledad de los ancianos y de los huérfanos.

Sin embargo, finalmente un día se cansó del auto flagelo e intuyó que su dios se enfadaba con los desagradecidos, y ella tenía razones sobradas para estar agradecida. Los años habían hecho mella en su piel, pero su cara había adquirido una serena y madura hermosura. Los ojos azules mudaban a grises los días de verano y su boca como un clavel reventón, conservaba su turgencia.

El aplomo conseguido a base de martillo y cincel, labrado con paciencia día tras día había dado finalmente sus frutos y aquel había dado forma al amparo de su caminar, seguro y dispuesto. Sí, su belleza se había desplegado, y nunca hasta aquel momento la aprecio tanto como cuando los ojos de aquel hombre se posaron en ella por vez primera. Sintió su femineidad, su gracia de mujer guapa, tan hermosa y llena de vida, espléndida en ese vestido negro de alta costura que resaltaba lo mejor de ella.

Mario la veía como ningún otro lo había hecho. Desde el primer día que lo conoció, él, como si la conociera desde la infancia, tenía percepciones muy acertadas acerca de su personalidad. Era como si de él no pudiera esconderse y eso la llegaba incluso a asustar un poco, pero al mismo tiempo atraer. ¿Podría ser mentira lo de la maldición? Solamente el tiempo lo diría.

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