Pena de muerte

Cuento final

Este cuento fue escrito entre Cuento Colectivo y Jara.

 

 

Mientras Sonny caminaba con su cabeza agachada hacía la horca, encadenado y escoltado por varios guardias, pensaba en la vida que había llevado y la suerte que le había tocado en su ocaso. Cada vez que se acercaba más a esa cuerda, sentía cómo el corazón se le detenía al recordar que en unos minutos no estaría más en el planeta. Lo que más asustaba a Sonny, más que el dolor físico o cualquier otra experiencia que hubiera tenido, era no saber a dónde iría. “Con todo lo que he hecho, no creo que sea al paraíso que vaya” pensaba mientras caminaba.

Ya con la cuerda ajustada alrededor del cuello, un cura apareció detrás de él leyendo la palabra del Señor. Sonny, como le pasó en varias ocasiones, cada vez que terminaba por cualquier circunstancia en la casa de Dios, sólo escuchaba el sonido de la voz del cura de fondo mientras su mente divagaba, esta vez en el sentimiento y las imágenes de la oscuridad. “Y Jesús dijo, perdónalos Padre, pues no saben lo que hacen” terminó el cura. “¿Algunas últimas palabras hijo mío?” preguntó a Sonny el cura. Sonny miró lejos unos segundos y con los ojos rojos y aguados respondió:

“Poco tengo que decir en estos momentos y mucho a la vez, tanto que no me daría tiempo. Sólo sé, padre, que a pesar de mis esfuerzos por arrepentirme, no siento ni una pizca de remordimiento en mi interior. Incluso en este punto, creo que volvería a hacerlo. Tarde o temprano, me convertiría en un asesino. Creo que se equivocaron al contarnos lo del libre albedrío, creo que desde el día en que nací estaba determinado a ser lo que soy.

Cada latigazo que de él recibí, cada lágrima que empapó las mejillas de mi madre,  no fueron más que pasos hacia mi futuro, hacia mi presente. Por eso no puedo arrepentirme de haberme convertido en el asesino de ese monstruo. Sé que un crimen pesa sobre mis espaldas. Sé que ese crimen me cerrará las puertas del paraíso, si es que existe un lugar así.

No, padre, ya es tarde, no puedo pedir perdón, no puedo arrepentirme, sólo puedo entrar con la cabeza en alto al infierno y desear volverlo a ver allí para seguir con mi venganza. Estoy condenado, él me condenó al engendrarme y ya nada pudo salvarme”. Y él mismo dejó caer su cuerpo en la cuerda que minutos después le arrebataría la vida.

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