Relato de un perturbado viajero en negación

Cuento final

Foto de Clickr por Magic Madzik

Nunca fui el mismo una vez llegué de la selva amazónica. Mi vida solía ser algo monótona, pero ese viaje cambió mi vida. Pensé que lo más emocionante sería ver los paisajes o los efectos de algún alucinógeno, pero ese encuentro me reveló que aún hay mucho por explorar, por recorrer, por descubrir. Estuve al borde de la locura, casi como si una fuerte corriente marina cortara con el sentido de un cardumen. Fue toda una travesía y por poco pierdo la vida. Sin embargo, gracias a Dios estoy acá hoy para compartir la historia.

Eran apenas las 5:00 a.m. cuando nos despertamos en aquel extraño y largo día. El cielo se preciaba sobre nosotros. El olor matutino de las tostadas era engañoso. Él no tenía una tostadora. Corrió las cortinas y la luz del día nunca entró. Hacía frío, de ese que te cala en los huesos. La luz se negaba a entrar donde estábamos, eso nos pareció extraño, pero excitante. Terminamos de desayunar unas arepas viejas, había que estar bien alimentado,  nos pusimos unos impermeables y salimos. La jornada apenas empezaba. El ambiente que nos rodeaba era tenso, pero lindo. Un chamán me dio una planta, dijo que tenía propiedades curativas, que me revelaría cosas sobre mi subconsciente.

Seguramente la búsqueda del último T-Rex de la montaña sería tarea difícil. De pronto recordé la excitante y brutal noche de ayer con aquellas mujeres tan liberales, sonreí y observe la lluvia. Encontré la misma calle que me vio crecer  y con mi lente de fantasía puede captar cosas que jamás había visto. ¿Era acaso Keiko, la primogénita, una alucinación amazónica? ¡Era ella!  Y a pesar que el cielo se desvanecía sobre nosotros, su presencia nos iluminaba el camino y me daba confort. Era una mujer muy hermosa y la oscuridad le quedaba tan bien, que formaban un todo y un nada a la vez. Tenía largas piernas y en sus caderas se reflejaba la poca luz que había en el cuarto.

Estábamos en un cuarto grande y oscuro. Hacía frío, a pesar de la hora. Y mientras eran peras o manzanas, no dejaba pensar en la expectativa que me había creado alrededor de esa inmensa nada. De golpe recordé las páginas de Delirio, de Laura Restrepo. Todo empezaba a cobrar sentido. Ya como que mis pensamientos no tenían sentido ni orden. Pero volví y cuando lo hice… era otro ser. Empecé a creer que mi vida estaba de vuelta, mi indiferencia al entorno no existía más, me prometí repetirlo otra vez. Cuando todo terminó, todo se puso en silencio y ya no me acordaba por qué había ido. Y cuando despertó el fujimorismo seguía allí.

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