Los juegos de la atracción

Cuento final

 

 

Dicen, en el mundo de los criminales, que una buena apariencia física es, sin duda, una ventaja para evadir las trabas que la legalidad y sus defensores imponen. La anterior, junto con la excelencia en el arte de matar, eran ventajas que la mejor asesina del mundo tenía cubiertas. “Angie”, “Carol”, “Nia”, eran algunos de sus alias preferidos y para su última misión, había escogido el alias “Melissa Massi”.

Melissa Massi era, según los estudios hechos por la asesina en mención misma –cuyo verdadero nombre nadie sabía-, el prototipo de mujer ideal para Jay Equinox, su objetivo. Equinox era un famoso personaje involucrado en el mundo del cine y del arte, cuyos últimos films de talante político habían levantado sospechas del gobierno de derecha de turno.

Ya Equinox, por pura suerte, había sobrevivido a dos atentados y a una fuerte campaña con diferentes frentes de ataque, que tenía el único objetivo de hacer que éste colapsara y desistiera de su labor. Ninguna de esas estrategias fue del todo efectiva, por el contrario, hicieron que Equinox intensificara su labor y consiguiera, siendo él muy adinerado, un cuerpo de seguridad con los mejores del país.

En esta ocasión, algún político corrupto estaba enfurecido y quería, no sólo la cabeza de Jay Equinox, si no información acerca de cada uno de sus movimientos. Para eso necesitaba la ayuda de profesionales, por lo tanto, sus oscuras fuerzas lo guiaron hasta una agencia de asesinos, aquella para la cual trabajaba nuestra mortal protagonista.

Después de meses de investigar y seguir al objetivo, esta seductora, inteligente y creativa asesina se inventó a “Melissa Massi”, otro alter- ego más. De acuerdo a una comparación de perfiles de todas las ex novias de Equinox, era casi un hecho que a él le gustaban las mujeres fuera de su alcance, algo irónico por porque él en el fondo era tímido. Además, su mujer perfecta debía poder sostener una conversación de igual a igual con él… debía compartir muchos de sus gustos, sin embargo, también era necesario que fuera independiente y tuviera gustos propios. Con respecto al fenotipo, no había un común denominador claro.

Fue después de haber recolectado toda esa información que nació “Melissa Massi”, la talentosa y sofisticada estudiante de arte. Ya “Melissa” lo tenía todo planeado. Su primer encuentro sería en un café llamado “Surreal” al cual Equinox asistía con frecuencia. De acuerdo a sus fuentes, allí estaría el jueves por la noche.

La fuente acertó, porque Jay Equinox llegó, como de costumbre, al café a eso de las 7 p.m. Mientras Jay charlaba con sus viejos compañeros del bachillerato, no pudo dejar de notar a la hermosa mujer de cabello marrón oscuro que tomaba café y leía un libro en la mesa justo en frente de él. ¿Qué estaría leyendo? Equinox se apresuró a llamar a uno de los meseros y le dijo que cuando la señorita del libro se fuera, le dijera que su cuenta había sido pagada por él. Unos minutos después, cuando la misteriosa mujer del cabello marrón oscuro pidió su cuenta, el mesero hizo tal como Jay había ordenado.

A lo lejos, Equinox observaba cómo el mesero hablaba con la joven mujer y después éste comenzó a caminar hacia donde él estaba. “Señor Equinox. Eh, me da algo de vergüenza esto, pero le daré el mensaje de la dama tal como me lo dio. La señorita de la mesa «Bretón» dice que algo que detesta es a las personas cliché y machistas. Que ella misma se ocuparía de su cuenta, pero que gracias de todos modos”.

Los amigos de Jay no pudieron controlar sus carcajadas. “Fuera de tu alcance Jay. Como te encantan”, dijo Dave, uno de sus amigos, en tono de burla. Jay sonrió de forma leve. En otra ocasión, se hubiera dado por vencido tras fracasar en el primer intento, así de tímido y orgulloso era, a pesar de su fama. Sin embargo, había algo especial acerca de esta mujer. Cuando ella se levantó de su silla, Jay la siguió con la mirada. Después, por casualidad, miró hacia la mesa donde había estado sentada y notó que había dejado su libro.

Equinox, movido por un impulso que jamás había sentido, se levantó de su silla, caminó rápidamente a la mesa donde estaba el libro, lo tomó y corrió hasta la salida. Antes de salir, alcanzó a ver el título del mismo “El retrato de Dorian Grey” por Oscar Wilde, uno de sus autores favoritos. Era indiscutible, esta era la mujer de sus sueños.

Cuando Equinox abrió la puerta del bar, vio que la mujer estaba a punto de tomar un taxi. Corrió hasta donde estaba y la agarró de un codo. “Oye, se te quedó esto” dijo “perdón por la escena cliché, estoy totalmente de acuerdo contigo, debí saber que las estrategias que uso con las chicas comunes no funcionarían con alguien, no sólo que lee, si no que lee a Oscar Wilde”.

“Muchas gracias por el libro” contestó ella “y estuvo mucho mejor tu segundo intento. Es además algo halagador que alguien que se cohíbe con más de dos segundos de contacto visual con una mujer a la que se nota a leguas que le atrae, haya tenido el coraje de seguir a la misma hasta acá. Te felicito”. Jay estaba impresionado. “Además de bella, rebelde, inteligente y elocuente, al parecer me conoces más de lo que me conozco yo mismo. ¿Me podrías decir tu nombre?” dijo Jay. Ella le contestó: “Esta bella, inteligente, sabia mujer… todo eso y muchas cosas más, se llama Melissa Massi y tiene que irse ya. Gracias por el libro”.

“Espera”, dijo Jay “¿Cómo te puedo contactar? Podríamos hablar de muchas cosas, entre ellas, el libro que tienes en las manos”. Melissa se rió y dijo “no acostumbro dar mis datos personales al primer pseudo intelectual que se me aparezca. Vámonos de aquí señor”, le indicó al taxista, después de haber humillado a Jay Equinox una vez más. Antes de perderla de vista del todo, Equinox pudo ver cómo Melissa, con una sonrisa, le guiñó el ojo. “Melissa Massi…” se dijo a sí mismo Jay “… es todo lo que necesito”. Caminó de vuelta al bar mientras se reía solo y repetía “no le doy mis datos al primer cliché pseudo intelectual que se aparezca. ¡Es un genio esa chica!”.

Apenas tuvo la oportunidad, Jay buscó por internet a “Melissa Massi” y dio con el perfil de ella en la red social más popular de su país. Tras navegar por el perfil de Melissa por unos minutos, Jay pudo comprobar que de hecho él y ella tenían muchas cosas en común, sin embargo, el espectro de intereses de Melissa también era bastante amplio. “Me estoy armando muchas historias en la cabeza y ni he conocido a esta mujer. ¿Qué me está sucediendo?” pensaba Jay.

La verdad era que se desconocía. Por lo general, las relaciones de pareja que había tenido se habían dado por golpes de suerte, o porque era demasiado evidente la atracción de la otra persona hacia él. Esta era la primera vez que Jay iba a seguir lo que le decía su instinto, a pesar de haber sido humillado no una, sino dos veces por la mujer de sus intenciones.

Jay intentó escribirle un par de veces a Melissa, pero ella siempre parecía estar ocupada, o simplemente ignoraba sus mensajes. “Me guiña el ojo antes de irse y ahora me ignora. ¡Me va a volver loco!”. Después de varios intentos, Jay llegó a la conclusión de que una buena forma de llamar la atención de una estudiante de arte, sofisticada pero a la vez bohemia como ella, era a través de su propio arte. Y fue así… por medio de señuelos presentes en sus piezas audiovisuales, hechas con mucha dedicación, sólo para ella, que un día Jay leyó el mensaje en su computadora “Jay Equinox, el aclamado productor/director/guionista/artista… ¿Obsesionado por una universitaria? Hay que respetar tu perseverancia. Al final de este mensaje encontrarás mi número”.

“¡Sí!”, celebró Jay apenas leyó el mensaje “con que la niña hace su tarea de investigar a las personas por internet… no se si me agrada o me aterra, a decir verdad, pero por lo menos ya ascendí de pseudo intelectual a intelectual”. Lo cierto era que cada vez las ganas de conocer a Melissa en persona aumentaban con cualquier interacción con ella, por banal que fuera.

Cuando llegó el día del encuentro, todo fluyó de maravilla. “Melissa” de hecho, además de ser una asesina profesional, también era una fanática del arte, la literatura y el buen vivir. Todas esas costumbres le habían sido forjadas desde hace muchos años en su entrenamiento. Melissa se daría cuenta con el tiempo de que para simpatizar con Jay, no necesitaba en realidad hacer mucho esfuerzo, con él era diferente que con sus otras víctimas, no tenía que actuar todo el tiempo.

La misión siguió por varias semanas y en todo ese tiempo Melissa recabó mucha información sobre su objetivo. Sin embargo, entre más recababa, más ponía en duda si ella estaba jugando para el equipo que era. Un día, mientras Melissa asistía a la inauguración de un teatro en la ciudad con Jay e interactuaba con sus amigos, pensó, sólo por un momento, cómo sería si en realidad viviera esa vida. Pensó en todas las razones por las cuales había terminado en ese negocio. Venganza, odios, traumas… ¿Podría dejar todo en el pasado? De verdad, quería hacerlo, sin embargo, eso era imposible.

Apenas Melissa se percató de sus pensamientos de forma consciente, los corrigió. “Tengo que pensar con cabeza fría” se dijo. Esa misma noche, mientras Jay dormía, Melissa hizo una llamada: “Hola… ¿Gregory?… es Melissa Massi. Creo que ya tenemos suficiente información sobre el sujeto. Este domingo me ha invitado a una cena, los dos en su yate. Allí pondré fin al asunto. Correcto… es correcto” y colgó.

Ese domingo el cielo estaba nublado y había un leve rocío. Melissa, en su apartamento, se arreglaba para la ocasión. Encima de su deslumbrante atuendo se colocó un gabán. El puerto naval estaba a sólo un par de cuadras. Se iría caminando, con su pistola con silenciador en el bolsillo interior izquierdo del gabán. Mientras caminaba por el puerto, casi llegando al yate de Jay, Melissa estuvo a punto de tener otro de sus pensamientos inusuales, pero, de nuevo, como una máquina, censuró esos pensamientos. Casi a la entrada del yate, los guardaespaldas de Jay saludaron a “Melissa” con una sonrisa “señorita Massi… siga adelante”, dijeron.

Ya estaba dentro del lujoso yate, pero Jay no estaba por ningún lado. Tras buscarlo unos minutos, lo encontró en una de las habitaciones, sentado en el escritorio, escribiendo en el computador. Melissa se ubicó justo detrás de él. “Hola Jay”. Jay dio media vuelta en su silla de rueditas, sólo para encontrar a “Melissa” apuntándole al corazón. “Hazlo” dijo Jay “quiero que lo hagas Melissa. O debería decirte mejor «Angie», «Viviane» «Gloria»… ¿Cuál de todos tus nombres?”.

Melissa no lo podía creer. “Así como tú haces tu tarea, yo también hago la mía. Puedes dispararme, en el corazón además, como es tu sello, pero estarías disparándote a ti misma. Tú lo sabes y yo lo se”. En ese momento Jay se levantó de su silla y echó para un lado la pistola de Melissa. “La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”, le dijo al oído. Tras un beso, la pistola de “Melissa” caería al suelo, sin que ella se diera cuenta.

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