La última carrera

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beisbol

Tommy odiaba el béisbol, pero su padre era un verdadero fanático, entonces Tommy, por puro cariño, accedía a formar parte del equipo de su distrito. Sin embargo, cada vez que le tocaba el turno de batear era una tortura. El pitcher se veía tan grande y fuerte y por dios que lanzaba esa pelota como si se quisiera arrancar un brazo. Tommy se acercaba al platillo y se ponía en posición. Gotas de sudor se deslizaban por su frente.

El pitcher se preparaba para su lanzamiento. Tommy imaginaba la pelota en su rostro o en su pierna o en algún lugar de dolor extremo, teniendo en cuenta el proyectil que lanzaba este rufián. Entonces el lanzamiento… Tommy cerró los ojos. La pelota pasó justo enfrente con un leve silbido. Tommy hizo un swing extraño y soltó el bate, al menos un segundo después de que el catcher ya tenía la pelota en su posesión. Hubo una breve risa colectiva por parte de los espectadores, más que todo familiares de los miembros del equipo.

“¡Strike uno!”, gritó el Umpire con el gesto de costumbre y su voz ronca y grave. El catcher le devolvió la pelota al pitcher, que se preparaba para otro lanzamiento, no sin antes revisar las bases. Había uno en primera base, y otro en segunda, pero ninguno se atrevía a desafiar la velocidad del brazo de este pitcher. Tommy miró a la tribuna y ubicó a su padre, quien tenía cara de preocupación y miraba con atención el juego. Entonces el padre gritó: ¡Vamos Tommy, tú puedes! ¡Sácala del estadio hijo!

Entonces, el proyectil. Tommy cerró los ojos y miró hacia el lugar contrario. La pelota le pegó en la parte trasera del casco y Tommy cayó al piso. Cuando abrió los ojos, las imágenes eran borrosas. Tommy se levantó con la ayuda de uno de los miembros del equipo. Varios de ellos se habían levantado a ver qué tan grave era la situación.

“Hit por pitch”, dijo el Umpire, lo que significa que a Tommy le darían primera base, aunque en realidad no hubiera existido un real intento por esquivar la pelota. “¿Puedes seguir Tommy?”, le preguntó su padre, que también se había acercado, preocupado. Tommy no podía decir que no, además, lo peor ya había pasado. Correr, Tommy sí sabía.

Estaba entonces Tommy en primera base. Había llegado ahí por pura casualidad, pero eso no importaba. El pitch del grandulón, quien de reojo miraba por momentos, no lo había destruido y el siguiente al que le tocaba pasar al platillo, era el bateador estrella. Entonces el pitch y el batazo contundente dirigido al lado izquierdo del campo.

Tommy corrió con toda su fuerza con solo un objetivo en la mirada: la segunda base. Al acercarse al objetivo, escuchó al resto del equipo gritar: “¡sigue Tommy, sigue!”. No tenía otra opción, el otro corredor venía justo detrás. Tenía que correr con toda su fuerza, la pelota ya no debía estar lejos. Entonces vio como el tercera base se preparó para recibirla, tenía que lanzarse ahora.

Lo hizo, y mientras volaba en el aire, el tercera base recibió la pelota justo antes de que él y Tommy chocaran de forma estruendosa. “¡Safe!”, gritó el árbitro. Al parecer el tercera base había dejado caer la bola tras su caída. Ahora solo faltaba una última carrera para poder sumar. Quien se aproximaba al bate era la estrella del equipo. Se trataba de Víctor, gran amigo de Tommy, a quien él mismo había visto esforzarse al máximo para algún día llegar a ser jugador de béisbol de las grandes ligas…

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