La última batalla

Este cuento fue escrito por Munique Duarte, una de nuestras participantes de Brazil, quien tuvo la cortesía de traducir su cuento al español. Fue editado por el Comité editorial de Cuento Colectivo. El cuento Munique nos lo envió terminado, pero siéntanse libres de dejar sus comentarios al respecto. ¿Te gustó la historia? Pueden encontrar abajo la narración en su idioma original.

libelula

Nora Nei andaba dando vueltas por el inmenso patio y no sabía si había hecho lo correcto. Hubo muchas batallas y escándalos, muchos obstáculos que ella no enfrentó. Simplemente los evitó. Eran fantasmas oliendo a moho, corriendo detrás de ella con sus terribles voces. Conocía bien toda la casa grande, todas sus habitaciones, todos sus armarios. El único lugar que le daba paz era el inmenso patio en el centro de la construcción antigua, con una fuente con aguas verdes. Caminaba sedienta como un réptil alrededor del agua ruidosa, que subía y caía sobre el pequeño mar, dentro del concreto.

Nora Nei sabía, sobre todo, que la próxima batalla sería sangrienta y tal vez la última. Imposible sobrevivir, los enemigos eran incontables y las armas eran desconocidas. Cada luna no le traía la respuesta deseada. En el patio había seis puertas inmensas. Cada una daba a un lugar distinto de la casa grande. Nora Nei tenía gran conocimiento sobre el mapa.

Podría andar con los ojos cerrados sobre él, recorriendo pasillos, escaleras, salas, laberintos secretos, puertas mágicas. Pero nunca había pasado por una de las puertas – la más pequeña, adornada con azulejos verdes y muchas macetas con plantas medicinales. Jamás había tenido la curiosidad de entrar y descubrir aquellos secretos. Odiaba tomar té y entrar en puertas estrechas. Se durmió, agotada por las últimas luchas, en uno de los asientos de madera del patio.

Tuvo sueños terribles. Grandes libélulas la elevaban hasta la cumbre de la fuente y la dejaban caer en el pozo de agua verde. Cada vez que Nora Nei se caía, una parte de su cuerpo se partía. Después de cinco veces, el dolor se presentaba de manera insoportable. Se despertó con el brazo derecho adormecido y con un dolor de cabeza indescriptible. Miró una vez más la pequeña puerta llena de plantas y entró en la casa grande.

Después de escaleras y pasillos de piedra, se encerró en el dormitorio. El silencio era de piedra. Hacía muchos años que no veía una libélula y no comprendía cómo había una en su sueño para atormentarla. La mente era siempre un laberinto con paredes muertas. Dentro o fuera, el vacío la tomaba todos los días. La gran batalla estaba próxima. Había vencido a todos. Hace algunas semanas, Nora Nei había retirado todos los calendarios y relojes de la casa. Los depositó en el gran sótano con grandes candados. Creía, así, vencer el tiempo.

Sólo miraría la luz del sol y de la luna, recorriendo el cielo. Haría también grandes rituales en día de eclipse, para traer la suerte. Se aislaba cada vez más de lo que era ser humano. Quería sentir en la piel, en los huesos, cómo eran la soledad y la victoria. La casa grande estaba lejos del camino más cercano. Los grandes árboles la engullían. Sólo la fuente se renovaba dentro de ella misma. El perpetuo agradaba el corazón de Nora Nei.

El sol se fue y la noche llegó con su aliento frío. Nora Nei se acostó temprano y durmió poco. La última puerta la agobiaba. Para calmar la mente y el cuerpo, pensaba en el tiempo cerrado en el sótano. Y también en la fuente de líquido inagotable. Pasó la mañana nublada, meditando sobre los hechos de los días pasados y en los obstáculos que no había enfrentado. Fantasmas no aceptan candados. Nora Nei se sentía cada vez más débil. Sólo comía manzanas y pequeños panes viejos. Cada día pasado marcaba en su piel un tono más pálido. Los eclipses no vinieron. Después de muchos días de pesadillas, dolores terribles y ojeras marcadas, ella se puso la mantilla verde en las espaldas y se fue al patio.

La tormenta caía con fuerza y hacía más ruido que la fuente. Las aguas se mezclaban. Nora Nei pasó delante de ella sin mirarla. La pequeña puerta estaba próxima. Las plantas medicinales tenían olores extraños. Era el momento del fin de las pesadillas. Depositó la llave en la cerradura. Empujó la madera pesada de la puerta y un aliento de antigüedad llegó a sus narices. Era una habitación pequeña, sin misterios. En la pared, un espejo inmenso la cubría, sin mácula. Nora Nei dejó caer la mantilla verde al suelo. Temblaba con los truenos en el cielo. Sentía las rodillas flacas y los ojos quemando. La última batalla estaba delante de sus ojos.

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A última batalha

Nora Nei andava em círculos pelo enorme pátio e não sabia mais se tinha feito a coisa certa. Foram muitas batalhas e escândalos até ali. Muitos obstáculos que ela não enfrentou. Simplesmente os desviou. Agora eles eram fantasmas enormes cheirando a mofo correndo atrás dela com seus ecos assustadores. Conhecia muito bem todo o casarão. Todos os quartos. Todos os armários. O único lugar que lhe dava conforto era o enorme pátio redondo no centro da construção antiga, com um chafariz imenso de águas verdes. Arrastava-se como um réptil sedento ao redor da água barulhenta, que subia alto e despencava no pequeno mar cercado de concreto. Nora Nei sabia, acima de tudo, que a próxima batalha seria sangrenta e talvez a última para ela. Impossível sobreviver. Os inimigos eram incontáveis e as armas eram desconhecidas. Seu arsenal minguava. Cada lua não trazia a resposta desejada.

No pátio havia seis portais imensos. Cada um desembocava em um lugar distinto do casarão. Nora Nei tinha conhecimento profundo do mapa. Podia andar de olhos fechados por ele, percorrendo corredores, escadas, salas, antessalas, túneis secretos, portas mágicas. Mas nunca havia passado por um desses portais – o mais baixo, decorado de azulejos esverdeados. Na entrada, muitos vasos de cerâmica com plantas medicinais. Jamais teve curiosidade de entrar e descobrir aqueles segredos. Odiava tomar chá e passar por portas estreitas. Adormeceu já cansada das últimas lutas em um dos bancos de madeira do pátio. Teve sonhos perturbadores. Grandes libélulas a levavam para o topo do chafariz e a largavam do alto para cair no pequeno poço de água verde. Cada vez que Nora Nei caía, um membro se partia. Depois de cinco quedas, a dor arrebentava seu corpo de maneira insuportável. Acordou com o braço direito dormente e uma dor de cabeça desesperadora. Olhou ainda mais uma vez para o pequeno portal arrebatado de plantas. Entrou no casarão.

Depois de escadas e corredores de pedra, trancou-se no quarto. O silêncio era de pedra. Há muitos anos não via uma libélula e não entendeu como seu sonho foi buscá-la. A mente era sempre um labirinto viscoso de paredes mortas. Dentro ou fora, o vazio tomava conta dos dias. A grande batalha se aproximava. Havia vencido todos. Todos se curvaram diante de seu manto verde. Há algumas semanas, Nora Nei retirou da grande casa todos os calendários e relógios. Depositou todos no grande porão de grandes cadeados. Acreditava vencer o tempo. Agora só observaria o vai-e-vem do sol e da lua. Faria também grandes rituais em dia de eclipse, para atrair a sorte. Isolava-se cada vez mais do que era humano. Queria sentir na pele, até os ossos, como eram a solidão e a vitória. O casarão estava longe de qualquer estrada mais próxima. As grandes árvores o engoliam cada dia um pouco. Só o chafariz se renovava dentro dele próprio. O perpétuo atraía o coração de Nora Nei.

O sol se foi e a noite bateu à porta com hálito gelado. Nora Nei dormiu cedo e dormiu pouco. O último portal a atormentava. Para apaziguar a mente e o corpo pensava no tempo trancado no porão. E também no chafariz de líquido inesgotável. Passou a manhã nublada meditando sobre os feitos dos dias anteriores, e nos obstáculos que não enfrentou. Fantasmas não aceitam cadeados. Nora Nei se sentia cada vez mais fraca. Passava o dia comendo maçãs e pequenos pães adormecidos. Cada dia que passava marcava em sua pele um tom mais pálido. Os eclipses não vieram. Depois de vários e vários dias de pesadelos, dores terríveis e olheiras marcadas, ela jogou o manto verde nas costas e se direcionou ao pátio. A tempestade caía com força e abafava o chafariz. As águas se misturavam. Nora Nei passou pela fonte sem olhá-la. O portal pequeno se aproximava. As plantas medicinais exalavam cheiros estranhos. Era hora de por fim aos sonhos de mau agouro. Arrancou a chave do gancho ao lado da porta e a depositou na fechadura. Aquele portal era diferente por ter apenas uma entrada. Sem labirintos de corredores, escadas, quartos e salas.

Empurrou a madeira pesada e um hálito de antiguidade lhe assaltou as narinas. Era um cômodo pequeno, sem mistérios. Ao fundo um espelho enorme cobria toda a parede. Um espelho imenso, sem mácula. Nora Nei deixou o manto verde cair ao chão. Estremeceu com a trovoada lá fora. Sentiu os joelhos fraquejarem e as pálpebras queimarem. A última batalha estava diante de seus olhos.

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