La moza y el rockero

Este cuento fue escrito por Jorgelina Quinteros (Argentina) y editado por el Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado? Danos tu retroalimentación al respecto.

humoNo es el lugar, ni el tiempo. Fueron aquellas palabras insignificantes, quizá para él, donde la camarera cayó. La soledad era su miedo, y por eso su deseo de amar, la locura e irritabilidad, el abrazo y la sonrisa casi constante. No fueron buenos amigos, pero él la vio. Casi brotada de alegría en el sitio “menos apropiado”, movía sus piernas cual si fuese libre en el viento, con las manos repletas de pedidos y la música que no podía dejarla quieta.

Lo veía inalcanzable, pero quizá fue el desafío. La manzana prohibida, el cáliz de su sed. En instantes de femineidad, alguna que otra mirada lo alcanzó y palabreríos que los llevaron a encontrarse, después de alguna frustración. Música para mis oídos la fuerza con la que rodea mi cintura, detrás de la neblina de un cigarro mal apagado, se ve a lo lejos, casi imperceptible, una de sus pupilas y presionando el párpado intenta verse la otra camuflada entre sus pestañas.

Dejaba verse un color claro en sus pies y unos perros de colores en su pecho. Apoyado contra una pared y como si el cuento de la cenicienta se reencarnara, ella levanta el polvo del suelo mientras deseaba sólo un gesto. Una palabra que no salió de su boca y más de una vez se desnudaron sin tocarse. Quizá no lo imaginó así. El manojo de letras unidas y el sentido que no fue, haciendo volar ese sentimiento hacia afuera y tanto así que ella lo tomó.

Como propio lo sacó a bailar. ¿Está mal? Un tango y salta con una sonrisa a aquella cumbia colombiana. El rasgado y una y otra vez la melodía de su mano en la cintura. El movimiento provocado por un dedo de la mirada y ahora él con los ojos chinitos. “¿Te diste cuenta?”, le dijo ella. Las palabras habían volado, como lo habían intentado con su mente negando aquella realidad.

La realidad les anuló el pensamiento y las feromonas pudieron más, la risa jamás cesó. Y es que sus miradas distintas fueron siempre iguales y siempre más. Estrecho el margen que se dieron casi tanto como el de su cordura. No es el tiempo, ni el lugar. Es lo que decidieron ser, es lo que quisieron, ser lo que son.

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