Invéntale un título al cuento de Clarita y el mar

Cuento en construcción

Creale un final a este cuento que ha sido escrito hasta el momento entre Leonor Zozaya, Luis Iglesias, Cristina y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Es lo único que hace falta para terminarlo. Tienes hasta este domingo 15 de abril para participar.

Por fin, el día de su cumpleaños, Clarita vio el mar. Lo miraba con un gesto hipnótico, sin pestañear, anonadada. Nunca había imaginado que tanta agua pudiese inundarlo todo, desde el horizonte hasta su pensamiento. Y comenzó a soñar despierta. Imaginó burbujas gigantescas de jabón saliendo del mar, atrapando a las gaviotas. Pensó en qué sucedería al caer la noche, cuando las estrellas tuviesen que subir disparadas, volando, a brillar en el firmamento.

Supuso que si el agua de su bañera mojaba, el agua del mar debía mojar mucho más, tanto que ninguna toalla podría secarla. Se imaginó que enorme debía ser el tapón que lograba contener tanta agua sin que se fuera en un enorme remolino. Se fue acercando despacito a donde las olas eran apenas una onda imperceptible llena de espuma que enjabonaba la arena, tomando con mucha fuerza la mano de su papá.

Se sorprendió cuando el agua se retiró, como escapándose de ella, casi como si algo tan enorme pudiese asustarse de ella, tan chiquita. De pronto, sus pies se vieron hundidos en el agua, concentrándose en sus tobillos como una caricia. Dio unos pasos temerosos y avanzó hasta sentir como una ola suave la elevaba delicadamente. Entonces se aferró aún más a esa mano grande que envolvía la suya como un guante cargado de protección y afecto.

Una vez segura, miró hacia el horizonte y pensó que tal vez el mar estaba enojado. Pensó en las múltiples razones para ello y se dijo: “a lo mejor él no quiere que nos metamos en su espacio”. Con la duda en el alma levantó la cabeza y le hizo la pregunta a su padre. Éste sonrío y le dijo: “no Clarita, el mar no se enoja. Es muy generoso y juguetón. ¿No ves cómo viene y se va?. Eso es porque te está invitando a jugar”.

Clarita sonrío justo en el momento en que una gran ola rompía a sus pies mojándola hasta la cintura. Se sorprendió y dijo “Bueno, querido mar, ahora ya sé lo que te pasa. Yo también quiero jugar. Ahora somos amigos”. En ese instante se soltó de manera tímida de la mano de su padre y se sentó a la orilla del mar, feliz, porque a partir de este momento, tenía un nuevo amigo.

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