Invéntale un final a esta historia que narra la confesión a un sacerdote

Cuento en construcción

Este cuento ha sido realizado hasta el momento entre Sebastián Bravo, Liliana Vieyra Tanguy, Antonia Rangel y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final de esta historia le inventaremos títulos.

Todo el cuerpo le dolía, casi que no le podía salir la voz, sus ánimos estaban por el suelo. Antes de la ceremonia y que el padre le pusiera las cenizas en la frente, sentía la necesidad de confesarse. Nunca más podría ser capaz de comulgar, si no hablaba con el padre en ese instante acerca de todos los pecados que sentía que había cometido. Que humillante sería, pero era lo correcto.

-Ya no se quién soy padre, si soy yo, o el de la máscara
-Dime con exactitud qué es lo que te molesta hijo mío. La vergüenza sentida es sólo natural y hace parte del proceso de salvación. Debes contarme, uno a uno y con detalles, cuáles son esos pecados que te han traído hoy aquí con esa cara de resignación.

– Me siento como en la novela de Stevenson: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. Soy en los días una persona y en las noches otra diferente y también despierto en las tardes sólo para encontrar todo tipo de indicios de que he estado en lugares y situaciones que sencillamente no recuerdo…

-Sigue hijo, no te detengas ahora. Trata de recordar qué fue lo que hiciste. Tienes un gran peso sobre tus hombros, eso puedo sentirlo. Recuerda que Dios es misericordioso y que más tarde cuando recibas las cenizas, estas simbolizarán tanto la caducidad del ser humano, como la pena y la conversión. No hay nada que puedas decirme que Dios todopoderoso no pueda perdonar y que él no sepa ya. Recuerda que sólo a través de tu confesión, llega el perdón.

Tragó saliva, tosió y con voz temblorosa comenzó su confesión:
-Soy muy malo, padre, merezco el infierno, sin dudas, por lo que he cometido.
El sacerdote se acomodó mejor en su asiento y sosteniendo con fuerzas el crucifijo que tenía entre sus manos le hizo un gesto para que continuara.

-Mi familia es muy pobre pero a pesar de eso me envió a estudiar. Siempre trataron que tuviera lo mejor pero yo no supe aprovechar esa oportunidad y me dediqué a la vagancia, las fiestas y las mujeres. ¡Los he engañado durante mucho tiempo! Sé que pasan necesidades por mí, pero de todas formas me aprovecho de ellos.

De día simulo ser un aplicado estudiante universitario. Ellos me han regalado un portafolio de cuero para que transporte mis papeles y libros. A veces, al salir de casa vestido así, me siento como si fuera un estudiante de verdad. De noche, me junto con mis amigos, todos de dudosa reputación, y salimos con mujeres de vida ligera y me dedico a disfrutar.

Bebo, tengo sexo con cualquiera, juego por dinero, me pierdo en sórdidos ambientes. Soy infiel, hago trampas, engaño, miento, y lo que es peor padre, es que no siento remordimientos. ¿Usted cree que Dios me perdonará?

-¿Es esa la máscara a la que te refieres hijo mío? ¿Esa doble vida es tu máscara y te tiene hoy aquí?

-No padre, lo de la máscara es literal, la máscara saca lo peor de mí, con la máscara soy consciente del mal y lo premedito. El sábado la desempolvé, llevaba un año en mi mesa de noche, roja. Es de cuero, recuerdo de un viaje. Hice lo de todos los años: me vestí anticipando el placer, pero algo nuevo sucedía en mi interior…

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