Esa otra locura

Este cuento fue escrito por Nadia Contreras (@contreras_nadia en Twitter) para Cuento Colectivo. La narración fue inspirada en la fotografía que aparece en esta entrada. ¿Te gustó el resultado? Tu retroalimentación es importante.

llegandoNo sé exactamente que es la locura. Abro cualquier diccionario impreso o electrónico y la conclusión es la misma: fuera de todo convencionalismo, lo que se quiere creer, la presencia o ausencia de algo, esquizofrenia. La palabra sigue dentro de mi cabeza como una aparición, como una mujer que se ha bajado del tren y, en efecto, el tren es lo que se borra, lo que se aleja. Tal vez, la locura sea sólo eso, un tren que se aleja dentro de una fotografía en blanco y negro.

Hasta hace tiempo tuve diversos propósitos que dejaban atrás la escritura. El lector pudo haberme encontrado en el sillón en diálogo directo con el paciente… diálogo, claro está, en círculos. Quizá, vestida de médico en un hospital para ciegos. Como especialista en locura, no. El escuchar la palabra dentro de mí me empuja a decirlo: que la locura y escritura son lo mismo.

Hay una realidad que siempre está fuera de lo que existe. En mi caso (y aquí un síntoma de la locura) se concentra en el acomodo de las cosas: el escritorio, la silla, los libros, los manuscritos. Conforme observo (como la mujer, una vez que baja del tren, lo que es una puerta, una ventana, un corredor a ninguna parte) la atracción-obsesión por lo que rompe el espacio: la taza de café, el aparato de impresión, el teclado a la izquierda y no a la derecha. El acto de acomodar, lo que tarde o temprano, volverá a ser movimiento.

A menudo, la escritura llega, como una disfunción en la capacidad de comunicarme. Como esto no parece tener sentido, lo catalogo síntoma de la locura. Hay lugares en los que estoy, en los que tengo la impresión de estar y como cualquier persona, logro familiarizarme. De pronto, los colores de las paredes, una frase, las fotografías, lo que me arranca y me deja, como dice Aarón, en estado catatónico.

Puedo mirar por horas enteras mis pies pequeños y hay una frase que cuando la digo, es imposible formular la mínima coherencia. Es como si eligiera las palabras incorrectas para esa gente y las correctas en mi escritura íntima. Un estado de absoluta indefensión, al igual que la mujer del tren.

Como dije, no tiene sentido esto de ver a través de una nube. Porque es a través de esta, que veo las cosas. Escucho frases aisladas, el sonido de las puertas, el chasquido de las llaves y distingo como si estuviera en la recámara a oscuras, labios que se mueven, manos y cuerpos encorvados y artríticos. Después, las tantas versiones de lo normal, el trayecto a mi casa.

Recuerdo las frases que durante la escritura se reduplican. En la locura, una forma de empezar y retener lo temporal. El tren avanza a una velocidad inconmensurable (acaso, imagen del abismo) para luego, detenerlo en el obstáculo. Entonces, repetir las frases una y otra vez, acercando, alejando el lente de la cámara. Una misma versión de lo que se lee o vive. Reproducir el abandono, la amargura, el amor, la muerte, en frases que se transmiten, se borran.

Las cosas extrañas, los objetos que nos rodean son otra forma de locura. A veces, dos o tres gatos, un búho, una serpiente o simplemente una planta con la que se habla en voz suave o a gritos. Simplemente, en la locura, esbozar la proximidad con algo, objetos dentro de la conciencia o inconsciencia, se transforman en amuletos, fetiches.

Sentados a media mañana, en la tarde, a deshoras de la noche, tazas de café y cigarrillos, la insistencia de señalar el vacío. Lo que observa la mujer al bajar del tren, es el vacío. El tren ha partido y ella no vuelve sobre sus pasos. En medio de lo inexplicable, la mujer endeble, mira de frente y lo que ve, no es una puerta. Es el vacío, la fosa del vacío. Y sobre esta, como las hojas de los árboles, se balancea. El escritor, mira a través de la rendija y busca lo que no encuentra.

Que quisiera dedicarme a otra cosa, sí. Que me hubiera gustado (repito aquí una frase completa de Cristina Rivera Garza) “ser un ama de casa, incluso un ama de casa un poco triste”, a veces pensaba eso. Sin embargo, nada más intenso que el horror de abandonar una escritura que des oculta ese otro lado. La locura, ciertamente escribo desde la locura, como quien (la mujer y el tren han desaparecido), llena páginas enteras sobre la oscilación del mar y la sombra del cielo o lo que parece ser un lago.

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