El final de este cuento llamado temporalmente “La vieja bicicleta” se aproxima

Cuento en construcción

Este cuento ha avanzado de esta forma gracias a los aportes de Patricia O, Anuán Checa, Juanse Gutiérrez, Nedda González Núñez, Fabiola y la edición de Cuento Colectivo. El final está cada vez más cerca, tienes la opción de continuar la historia o terminarla. ¡Sigue participando! Una vez sepamos el final de esta historia pasaremos a la etapa en la cual le crearemos títulos.

Foto tomada de thecoolhunter.net

Estaba cansado de su vida gris, de las responsabilidades infundadas, de las cadenas diarias y de la soledad. Necesitaba un respiro en su vida, nuevos bríos, renovadas ilusiones aunque resultaran locas. Pensaba esto frente al espejo, ya a punto de salir para el trabajo.  De repente se quitó el uniforme, se vistió de calle y sacó la vieja bicicleta llena de telarañas encerrada en el closet. Ya en la calle, comenzó a pedalear hasta perderse en caminos inventados mientras iba soltando lastres detrás de sí. Respiró el aire limpio y fresco de ese camino desconocido, se dio el gusto de manejar sin tomarse del manubrio y, extendiendo los brazos, empezó a imaginar colores vivos mientras miraba hacia el cielo con los ojos cerrados y una sonrisa nueva en la cara.

Entonces abrió los ojos y agarró de nuevo el manubrio  para darse cuenta de que estaba en el comienzo de una bajada empinada y a una velocidad relativamente alta. Intentó usar el freno, sin embargo, este parecía no reaccionar. “¿Y ahora qué?” pensó. Intentó buscar el mejor lugar dónde caer, pero era inútil, la velocidad ya era demasiada para planear la caída. Se lanzó hacía el lado derecho y se revolcó en el suelo varios segundos antes de estrellarse contra un árbol y quedar inconsciente. Cuando despertó, estaba solo, confundido y en la oscuridad.

Esa oscuridad en cierto modo le arropaba y le susurraba su situación actual. Hizo fuerza por aclarar ideas. Una vez dispuesto, acercó la mano para examinar la zona del golpe y se alivió al comprobar que no sangraba. De todas formas no se fiaba y deseaba ir a un lugar con más luz y gente. Que sorpresa la suya al comprobar que la bicicleta ya no estaba. Se aseguró, miró por todos lados, y hasta que no maldijo con sinceridad de justicia no se convenció de que, probablemente, la bici había sido robada. Marchó por el camino de vuelta mientras pensaba que no sólo le habían robado, sino que encima, no lo socorrieron.

Pronto la oscuridad se fue acrecentando, tomando una densidad extraña que parecía aislarlo de todo sonido y de todo contacto con el mundo real. Allá, en lo más alto del camino, una luz como de faro, extrañísima porque el mar estaba a varios kilómetros, giraba, apareciendo y desapareciendo de su campo visual. Esto lo atraía hacia lo desconocido, disparaba su adrenalina y hacía latir su corazón a mil.

Débil por el golpe, caminó despacio y adolorido, atraído por la luz como un insecto, tambaleándose a cada paso. Luego de varios minutos le parecía ver más cerca la luz del faro y casi podría vislumbrar la silueta de aquel extraño lugar, aunque la llegada pareciera interminable. Sabía que la llegada a aquella luz era el único camino y la única respuesta al extraño evento ocurrido. “¿Cómo había llegado ahí?” se preguntaba una y otra vez, no recordaba en su vida ninguno de estos caminos…

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