El acto que se hizo realidad

Cuento final

Este cuento fue realizado entre Jairo Echeverri García, Vicente Bloise y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado?

Foto tomada de mosaictheatre.com

“Esto, de verdad, está pero de muerte lenta” dijo Jacobo. “Muy gracioso Jacobo, siempre con tu sarcasmo insoportable, si no querías venir a la obra teatral pues te hubieras quedado en casa, eso sí, sin televisión por un mes” le respondió su madre. “Excelente”, respondió Jacobo con voz de aburrimiento. Jacobo era la maldad en carne y hueso. A pesar de la estricta educación y disciplina que su madre le imponía, él siempre lograba, de alguna forma u otra, terminar en situaciones desastrosas.

De pronto, Jacobo notó que en el pasillo que estaba afuera del balcón en el cual estaba sentado con su familia, había una mujer con un carrito de comidas. Jacobo miró a su madre, quién estaba concentrada con un par de binoculares esperando a que el espectáculo comenzara, y a sus dos hermanas menores que estaban dormidas. No había moros en la costa. En ese momento Jacobo se levantó de su silla y caminó hacia el carrito de comidas. “Me regala una Coca-Cola y dos galletas por favor señora” dijo Jacobo. “Señorita, me hace el favor. ¡Qué tal! Serían cuatro mil pesos jovencito” le respondió la del carrito.

“¡Demonios!” pensó Jacobo, el dinero lo tenía su madre, quien de seguro se pondría furiosa de cualquier interrupción a su sagrada obra. “Ya voy por ellos” le dijo Jacobo a la señorita. Jacobo simuló que iba a su balcón y a medio camino dio media vuelta para ver qué hacía la señorita del carrito. Ella lo miraba directamente. Jacobo hizo una sonrisa de angelito. Dio media vuelta de nuevo y siguió caminando. Cuando estaba a punto de entrar al balcón volteó de nuevo y esta vez la señorita atendía a otros clientes. Jacobo corrió hasta el carrito, abrió una de sus puertas y se metió dentro de él. Muerto de la risa se empezó a comer todas las golosinas que encontró.

Quedó tan lleno que no se podía ni mover. Entonces el carrito comenzó a andar. Jacobo, asustado, no sabía qué hacer ahora. Cuando por fin se detuvo, Jacobo salió corriendo del carrito y cruzó a la izquierda por el primer pasillo que encontró. No sabía en dónde estaba. Caminó a la deriva por unos minutos. El desespero lo estaba empezando a invadir cuando de una de las puertas salió un señor con bigotes que dijo “Acá estás muchacho. Te hemos estado buscando por todas partes, ya casi te toca. ¿Y tu maquillaje?”. Jacobo iba a explicar la situación pero entre cinco maquilladoras lo desvistieron, vistieron de nuevo y maquillaron en cuestión de minutos.

Entonces el señor de bigotes le agarró el brazo y comenzó a caminar a paso acelerado. “Recuerda muchacho, sólo tienes que simular como si estuvieras en tu escuela un día normal y deja que los demás hagan el resto” dijo el señor. “Señor pero lo que pasa es que…” intentó decir Jacobo, antes de que el señor lo interrumpiera diciendo “Yo se, yo se, estás nervioso, se te ve en la cara. No te preocupes, nos pasa a los mejores. Sólo sigue las instrucciones que te di”. De repente Jacobo se encontraba entre muchos otros niños. No tenía ni idea de nada de lo que le acababa de suceder.

Cuando se abrieron las cortinas del escenario, pudo ver a todas las personas sentadas en el auditorio. Ahora hacía parte de la obra que había ido a ver. El pequeño Jacobo se encontró rodeado de muchos niños con el mismo vestuario que los maquilladores le ayudaron a colocarse. Frente a él había un pupitre y una multitud de personas que esperaban por una gran interpretación. A Jacobo no le quedó más remedio que sentarse en su sitio antes que el nerviosismo acabara con él. La obra comenzó muy armoniosa con varios niños que cantaban una estrofa de una canción popular. Jacobo, por suerte, se la sabía de memoria y empezó a entonarla.

El público estaba muy agradado por la melodía infantil y al final se levantaron de sus asientos para aplaudirlos con emoción. Sin embargo, no todo era felicidad dentro del teatro. La señorita del carrito esperaba a Jacobo furiosa tras bambalinas y le exigió una respuesta al pequeño apenas terminó la función. Ya no tenía que vender, así que el día para ella había terminado. El niño estaba muy apenado y al mismo tiempo un dolor muy fuerte se concentraba en su estómago.

Rápidamente, Jacobo corrió al baño y sacó de su cuerpo todas las golosinas que había comido. Con su cara pálida, Jacobo regresó y encontró a su madre tratando de llegar a un acuerdo con la señorita. Antes de que la madre se lo llevara halado de una oreja, la señorita del carrito le dijo: “si me hubieses pedido una golosina, yo te la hubiese entregado con mucho amor, mi niño”.

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