Contraataque al bully

Te invitamos a continuar o terminar esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre Enrique Castiblanco, Liliana Vieyra, Héctor Cote y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos. El que hay en el momento es provisional. Haz tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com.¡Participa e invita a tu red! 

personaje

Mirla parecía no entender las señales que le enviaban todos sus compañeros cuando la insultaban y la golpeaban. Esta vez, decidió ir a la escuela con unas gafas y un collar que su madre había conseguido en un anticuario. Su madre estuvo a punto de intentar disuadirla, sin embargo, sabía que una chica con la independencia de Mirla no se iba a dejar convencer así de rápido.

Venía soportando el bullying de sus compañeros desde que había pisado la primera escuela. No sabía que era lo que la mantenía alejada de ellos. Era inteligente, no se destacaba por ser especialmente bella, pero sus profundos ojos negros parecían tener mirada de rayos X. No pertenecía a ninguna tribu urbana, se consideraba normal… ni siquiera era tímida, pero esos compañeros la asustaban.

Al pasar por una vidriera se reflejó su imagen y Mirla quedó absorta mirándose. Esos anteojos eran de verdad extravagantes, y como eran oscuros la gente no podía saber a quien miraba. El colgante era pesado y sólido, lo había elegido por esas cualidades. Podría usarlo como un arma llegado el momento. Pensó que esta vez, la cosa sería diferente y que los que la golpearon iban a tener un buen escarmiento. Sonriendo con una mueca, prosiguió su camino hacia la escuela.

Cuando estaba a punto de entrar a la escuela escuchó las primeras risas y comentarios: “Mira lo que tiene puesto hoy esta asquerosa” , “como que le gustan los golpes”. Un cartón envuelto fue lanzado hacia ella, golpeándola en la parte de atrás de su cabeza. Mirla dio la vuelta y varias de las niñas y niños se reían, otros miraban curiosos. “Fui yo, ¿qué vas a hacer pedazo de engendro? Te pareces a Amelia Earhart con ese atuendo y de la misma forma te vas a desaparecer”, gritó Gloria, la líder del grupo al que llamaban en la escuela “Las Metal Girls”.

Mirla se quitó el colgante y lo empezó a girar en el aire. Estaba a punto de reventarlo en la cabeza a Gloria cuando una de las profesoras interfirió. “¿Qué es lo que pasa aquí? Regresen ahora mismo a clases todos. En la clase de Laboratorio Científico, Mirla jugaba con los embudos y las probetas. Entonces, uno de los niños, al que en realidad no conocía mucho, pasó al lado de su puesto y le dejó una nota. Cuando Mirla abrió la nota, vio escrito en marcador rojo: “A las 4:30 p.m. en el Parque Amarillo. ¡Prepárate para un Metal pesado! ¡Idiota!”. La carta no tenía firma, pero Mirla sabía de quién se trataba.

El resto de la tarde se le hizo eterna a Mirla, parecía que el tiempo transcurría con una inevitabilidad desastrosa pero paciente, como resistiéndose al cambio. Trató de no pensar en lo que venía, pero era imposible olvidarlo, era imposible apartar de su mente la fuerza con la que era empujada hacia un destino tan inmerecido. Notó entonces que empezaba a sudar, que a pesar de toda su fuerza y voluntad aún tenía miedo. Pasaron muchas cosas por su mente, acudir a los profesores, ir a contarle a su madre, simplemente escapar, nada parecía ser una solución definitiva, nada podría cambiar su destino, que inevitable sucedería tarde o temprano.

Nunca había participado de una contienda así, suponía que su oponente no estaría sola y que por supuesto no sería una pelea justa. Entre las miradas de curiosos y el odio del grupo de Metal Gris no habría piedad para ella, la victoria tampoco parecía ser una opción. Cuan injusta, cuan innecesaria, cuan cansina era toda esta situación.

Al mirar de nuevo el reloj entendió que aunque su destino fuere inevitable, ella podía estar en control del cómo y del cuándo. Pensó un instante, revisó cuidadosamente el salón, la posición de las sillas, la cantidad de gente, las salidas. Debía existir una forma de igualar esta situación. Pronto fijó su atención en la llama azul morada que desprendía un mechero Bunsen frente a ella, el cual calentaba un Erlenmeyer.

Aun sin lograr definir un plan de acción concreto, supo que habría fuego involucrado. Se dirigió hacia las gavetas donde guardaban el equipo y extrajo algunos instrumentos junto con un mechero que colocó cuidadosamente bajo su bata de modo indetectable. A cada paso que daba su corazón parecía delatarla, pero con cada vez más convencimiento se dirigió de nuevo a su puesto, no sin lanzar una sonrisa de victoria hacia Gloria quien la miraba con furia desde lejos…

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