Ciudad de ángeles

Cuento final

Miguel Ángel caminaba por la oscura calle con todos los sentidos en alerta. Su sesión de estudio en casa de Marla había concluido y, una vez más, había preferido arriesgar su suerte al caminar a altas horas de la noche por la oscura y angosta calle camino a su apartamento, que pagarle a un taxista.

Después de todo, la cosa no estaba para tirar el dinero. Además así hacia un poco de ejercicio. Desde hacía un par de meses empezaba a preocuparse por su aspecto físico, sobre todo cuando pensaba en Marla. Una corriente de aire frío hizo que se encogiera dentro de su chaqueta de pana canela. La calle estaba prácticamente desierta y sus pasos eran los únicos en resonar sobre el asfalto.

Miguel Ángel aceleró el paso, la noche se hacía más fría a cada momento. Dobló una esquina y un ruido de chatarra hizo que se sobresaltara. Se giró de manera brusca y observó a un gato pardo escapar de un contenedor. Sonrió de medio lado, aliviado y apenado por llevarse aquel pequeño susto.

Caminó por unos minutos más y cuando sólo faltaba una cuadra para llegar a su edificio, vio a un indigente del otro lado de la calle. “No vengas hacia acá, no vengas hacia acá” pensó Miguel Ángel. A penas el indigente lo vio, cruzó la calle y empezó a caminar en su dirección. Por alguna extraña razón, Miguel Ángel no empezó a correr. Sintió una especie de vergüenza de que el indigente se sintiera humillado si él salía corriendo.

Se quedó parado y con parsimonia esperó que el mendigo se acercara. Un tufo maloliente salió de su boca, dejando entrever los dientes podridos, por el cigarro barato y el licor. Miguel Ángel no tuvo miedo, pues su alma había padecido muchos pesares y estaba acostumbrado a enfrentar causas perdidas.

“¡Joven!”, le dijo el indigente, con voz gutural y entonada por la bebida, “tengo algo que decirte y muy importante”. “¿Si?” indagó el muchacho,  “seguro que sí, dime pues”. “¡Tienes que tener cuidado con ese par de alas que llevas muy orondas! ¡No vaya a ser que las pierdas por estúpido!” comentó el pordiosero.

“¿Si?” rio sorprendido el joven “Bueno señor, lo voy a tener en cuenta”. Dicho esto, el borracho siguió su camino, cantando vaya a saber que canción de antaño. Miguel Ángel lo miró perderse en la oscuridad y retomó su destino. Mientras caminaba llegando a su casa, pensaba: “Al parecer voy a tener que tomar precauciones, cada vez hay más gente que me ve en realidad” y sonrió para sus adentros, satisfecho.

0
YOUR CART
  • No products in the cart.