¿Qué harías si sólo tuvieras 15 días de vida?

Cuento en construcción

Este cuento ha avanzado de esta forma gracias a Gladys Trujillo, Héctor Romero, Patricia O, Fred J. Morgado A, Juanse Gutiérrez, Narratuit, Jara y Cuento Colectivo.Todavía falta un poco para el final de esta historia, sigan participando. El ejercicio está abierto de manera indefinida.


Humberto llevaba una vida tranquila y monótona. Todo cambió el día que oyó a su doctor decir “tienes 15 días de vida”. La frase en sí no tuvo sentido, si no hasta el momento en que recordó aquella película en dónde la chica muere de cáncer. Trató de tranquilizarse, sólo le venía a la cabeza la cantidad de amigos que había dejado de ver por falta de tiempo, las excusas que le había inventado a su madre, más de una vez, para no ir a comer los domingos y quedarse durmiendo. No sabía cómo ordenar sus sentimientos para despedirse de familia, amigos, allegados y enemigos.

Su mirada se perdió por unos segundos, luego habló para sí mismo: “Tengo mucho que escribir y debo hacerlo en este tiempo”. Se permitiría, humano al fin, un arrebato de ira y un ahogo de tristeza. Pero hasta ahí. La depresión no era opción ahora. Se sentó frente al ordenador, pero como si la propia parca se lo dijera, prefirió usar pluma y hoja. Se alargaron sus minutos, se aguzó su percepción, entre latido y latido, desarrolló historias… se agigantó.

Nunca había escrito tanto ni tan bien, aún cuando un tiempo, de las letras se ganó la vida. Algunos eran cuentos, otras eran crónicas de las malas decisiones que había tomado hasta que le dictaron sentencia. En cada una de ellas hablaba del enorme error que significa la inacción, después de todo, lo que estaba escribiendo era a contrarreloj. Por su falta de ganas o de decisión lo había aplazado hasta el momento en que ya no era posible postergarlo más. Por lo menos había sido advertido, pues pensó en las personas que mueren sin decir lo que de verdad sienten y de las personas que se quedan esperando una respuesta de los que ya no despertarán. No quería que le pasara eso.

El teléfono sonó. Al otro lado de la línea, una voz de mujer: su madre. Era el cumpleaños de su hermana pequeña y todos estaban esperando por él para empezar la fiesta. “¡Maldita sea!”, pensó, lo había olvidado por completo. Siempre lo olvidaba, pero esta vez tenía una razón de peso para justificarse. Bajó deprisa las escaleras, compró un ramo de rosas rojas en la floristería de la esquina, paró un taxi y se sentó a esperar a su destino.

Cientos de ideas venían a su cabeza: ¿Qué hacer al llegar a casa? ¿Debía contarles a todos el escaso tiempo que tenía para estar con ellos? ¿Debía esperar? Por una parte, quería compartir con ellos su angustia; por la otra, no quería que todos recordasen el cumpleaños número 18  de su hermana Lidia por esa mala noticia. “Son 6 euros caballero”… pagó al taxista, bajo del coche y pulsó el timbre de la puerta…

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